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“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre”

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Fecha Publicación: 10/08/2024 - 20:30
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Hermanos, estamos ante el domingo XIX del tiempo ordinario, que la Iglesia nos regala hoy. La primera palabra viene del libro de los Reyes, donde encontramos a Elías, quien se halla perseguido y en pleno desierto.

En su desesperación, Elías anuncia su deseo de morir, diciendo: “Quítame la vida, que ya no valgo más que mis padres”. Cuántas veces, nosotros mismos, en momentos de angustia, hemos pronunciado estas palabras.

Elías, abatido, se duerme debajo de una retama, y en su sueño, un ángel lo toca y le dice: “Levántate, Elías, y come”. Al despertar, Elías ve que a su cabecera hay un pan cocido y un jarro de agua. Come, bebe y vuelve a echarse a dormir. Pero el ángel lo despierta de nuevo y le insiste: “Levántate y come, porque el camino es superior a tus fuerzas”. Así, Elías se alimenta, se pone en camino, y camina durante 40 días y 40 noches hasta llegar al monte Horeb, el Monte de Dios.

Hermanos, Dios nos está empujando también a un monte, un lugar de encuentro con Él, donde resplandece la estrella, donde brilla la cruz, y donde nos quiere regalar la vida gratuitamente.

Por eso, respondemos con el Salmo 33: “Buscad y ved qué bueno es el Señor. Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, contempladlo, y el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a Él”. Acampar en el Señor significa apoyarnos en Él y renacer desde lo alto.

La segunda palabra que nos ofrece la Iglesia es de San Pablo a los Efesios, donde nos exhorta: “No pongáis triste al Espíritu Santo, con el cual habéis sido marcados para el día de la liberación final”.

Pablo nos llama a despojarnos de la amargura, la ira, los enfados, los insultos y toda maldad, es decir, a deshacernos del hombre viejo que llevamos en el corazón. Nos insta a ser buenos, comprensivos, perdonando unos a otros, como Dios nos perdonó en Cristo. Nos invita a ser imitadores de Dios, viviendo en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave aroma. Qué importante, hermanos, es apoyarnos en estas actitudes, en este ser sobrenatural que Dios nos está regalando.

En el Evangelio de San Juan, Jesús se presenta como el pan de la vida. Los judíos murmuraban al oírle decir: “Yo soy el pan de la vida que ha bajado del cielo”, y decían: “¿Pero quién es este Jesús? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo puede decir que ha bajado del cielo?”. Jesús les responde: “No murmuréis entre vosotros.

El que cree en mí tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el Maná y murieron. Pero este es el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”.

¿Qué nos está ofreciendo Jesús? Nos está incentivando a vivir la vida eterna, ese maná que nace de lo alto, que baja del cielo y se concreta en la vida cristiana. Jesús nos da, a través de su carne, la presencia diaria y eterna que tiene el poder de saciarnos más allá de cualquier deseo terrenal.
Por eso, hermanos, ánimo, porque Dios quiere dar de comer a una multitud inmensa, como lo hizo cuando alimentó a más de 5000 hombres y multiplicó los panes y los peces, demostrando que Él es la plenitud, que Él es el Mesías.

Así que, hermanos, dejemos que este espíritu de vida eterna invada nuestras familias, que nos renueve y regenere, y que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esté con todos ustedes.

Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao

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