Yerma: el deber de una mujer
La escena inicia con una joven y cariñosa pareja. Llevan solo unos meses de casados. Él desea prosperar. Ella, tener un hijo. Las vecinas y amigas ya los han tenido o están a la espera. Ella no puede. Se siente vacía. Su esposo no la acompaña, pues él quiere alejar a la pobreza de la puerta de su casa. Ella pierde el humor, cambia su brillo juvenil y desaparece la ilusión del matrimonio. Se convierte en una mujer triste, envidiosa, dispuesta a todo para cumplir lo que parece ser una obligación: ser madre. Federico García Lorca escribió esta obra de teatro, Yerma, en la primera mitad del siglo XX, años en el que el mundo reconoció el derecho al sufragio de la mujer, en el que se sentaban las bases para el debate feminista, en el que un puñado de intelectuales pudieron ver lo que estaba pasando frente a sus ojos e inició una serie de reflexiones sobre los roles impuestos a la mujer. Nishme Súmar dirige la adaptación de esta obra, que podemos ver en el teatro La Plaza de Larcomar. Urpi Gibbons interpreta a Yerma. Su sufrimiento es conmovedor, pareciera que no tiene opciones para ser feliz, que el matrimonio —más que una promesa de amor— es una jaula de soledad. Sin embargo, Yerma es poderosa.
Las presiones que siente por no cumplir su deseo, la desbordan. Su reacción es el cuestionamiento a lo impuesto por la sociedad, a ese conflicto producto de seguir lo que se nos ha enseñado como rol o cambiar para ser feliz. La puesta en escena es un placer sensorial. Los actos son intervenidos por canciones precisas en duración, melodía y lírica, las cuales enriquecen la atmósfera. Lo mismo sucede con la iluminación. La distribución de los actores, todos de buen desempeño, es simétrica en cada acto. En general, Yerma es una buena obra, que logra ese ambicioso equilibrio entre el debate de ideas y una impactante propuesta estética.
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