Y la prensa escrita resucitará
Antes de que las redes sociales trastornaran nuestras vidas, los periodistas sabíamos que ciertas imágenes en la portada garantizaban la compra de un ejemplar impreso, como, por ejemplo, la foto de un tierno panda bebé, un plato que hacía agua la boca o un lugar paradisíaco ubicado al otro lado del planeta —que nos llevaba a planificar cómo llegar hasta allá—. Los felices periodistas pre-Facebook, Instagram, Wikipedia y etcétera sabíamos que eso ayudaba al indeciso lector, enfrentado a varias otras portadas que colgaban de los quioscos, a elegir la nuestra, la del osito. Hoy sabemos que esas imágenes generan placer y, por tanto, liberan dopamina, un neurotransmisor clave en la regulación de la motivación, el placer y el aprendizaje.
La prensa escrita no ha muerto por la irrupción de una tecnología que llegó para hacernos la vida mejor, sino porque no tiene la perversa vocación de alterar la química cerebral y solo busca informar la verdad, educar y entretener. Las plataformas fueron diseñadas premeditadamente para captar y mantener la atención de los usuarios manipulando los sistemas de recompensa y reconocimiento inmediatos, liberando dopamina. Y el reconocimiento es algo que en la vida real se consigue a punta de trabajar y esforzarse, no por una foto retocada en la que nadie luce como es.
Sean Parker, uno de los creadores de Facebook, y Chamath Palihapitiya, ex vicepresidente de la misma, admitieron que las redes se concibieron para maximizar la gratificación instantánea. Parker reconoció en 2017 que se creó un “bucle de retroalimentación social” que mantiene a los usuarios atrapados, ofreciendo recompensas inmediatas en forma de “likes” o comentarios. Palihapitiya expresó su arrepentimiento por alterar la interacción entre las personas y ser una herramienta que “desgarra el tejido social”.
La prensa escrita fue y sigue siendo la gran unificadora de las familias, de los vecinos que comentan las noticias, de las amas de casa que intercambian recetas, de los niños que aún ven las tiras cómicas y de los mayores que se juntan o llaman para completar crucigramas, sudokus y otros juegos que les ayudan a ejercitar la memoria. Las redes sociales son la soledad, la falsa ilusión de que mantienes una relación amical o amorosa porque te comunicas a través de una pantalla. Cuando los usuarios actualizan sus páginas, esperan una gratificación instantánea. Pero, ¿qué sucede cuando no reciben un “me gusta”, un mensaje o algún tipo de “recompensa”? Ansiedad, soledad y depresión. Y peor si la pareja no responde al instante al chat: se sufre y llora.
Los excesivos niveles de dopamina debido a la satisfacción inmediata generan adicción. Ya hay centros de rehabilitación y detox digital, como Desconecta, en Barcelona, España, y la psiquiatría ya trata a los adictos digitales. El agotamiento dopaminérgico o desgaste de los caminos de la dopamina tiene efectos devastadores. Los afectados no disfrutan de las actividades cotidianas, de un baño en el mar, no socializan ni disfrutan de la comida; nada les satisface como antes. Este vacío de gratificación lleva a la búsqueda de experiencias más intensas, como drogas sintéticas, plantas alucinógenas, entre otras.
Los centros de detox digital proliferarán y la prensa volverá revitalizada. ¿Apostamos?
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