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“Wokismo” y el ocaso de Occidente

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Fecha Publicación: 22/08/2025 - 21:50
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La razón filosófica griega, el derecho romano y la espiritualidad judeocristiana moldearon Occidente, la civilización que parió grandes universidades, ciencia, democracia, artes y el entendimiento moderno de lo que es la libertad. Esa grandeza cultural está amenazada por la llamada ideología ‘woke’.
El escritor y pensador argentino Agustín Laje describe el ‘wokismo’ como “una inquisición posmoderna que no usa hogueras, sino redes sociales, y busca desarticular los cimientos de Occidente: familia, libertad y verdad”.
La ideología ‘woke’ se presenta como una cruzada de los justos contra toda forma de opresión, pero la realidad es que ha mutado en una religión secular que confunde sensibilidad con virtud y victimización con verdad. No estamos frente a un movimiento inofensivo, sino ante la erosión sistemática de las bases de nuestra civilización.
El pensador y político francés Alexis de Tocqueville (1805–1859), célebre por su obra La democracia en América, advirtió sobre los riesgos del igualitarismo excesivo y la tiranía de la mayoría. Y el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844–1900) vio que, al desaparecer los valores trascendentes (Dios, verdad, bien, belleza), surgiría un vacío que la sociedad intentaría llenar con nuevas moralidades o sustitutos ideológicos. Podemos interpretar el ‘wokismo’ como una de esas moralidades postizas: un credo que divide el mundo en opresores y oprimidos, con rituales de expiación (pedir disculpas públicas, “cancelar” al hereje) y que busca imponer un código moral absoluto, sin fundamento trascendente ni raíz metafísica.
Su brújula es el resentimiento: en nombre de la inclusión se demoniza la excelencia, se disuelve la meritocracia y se confunde la educación con adoctrinamiento emocional. Las universidades ya no forman intelectuales, sino activistas del progresismo globalista.
La supervivencia y evolución de la cultura occidental se sostuvo sobre el debate y la crítica, algo inimaginable en tiempos del ‘wokismo’, que instala la censura con la coartada de la hipersensibilidad. Ya no se puede bromear, disentir, preguntar ni creer en Dios, porque todo se percibe como “violencia simbólica”.
El adolescente occidental, lejos de ser desafiado a la aventura de pensar, es invitado a apoltronarse en la tibieza de la corrección política. Aristóteles hablaba de la eudaimonía, la plenitud lograda a través del esfuerzo y la virtud; el ‘wokismo’ lo reemplaza por la satisfacción instantánea —los likes— y gozan pegándoselas de víctimas de todo en las redes sociales. El héroe actual es el fracasado, el que no se atreve, el “ay, pobrecito”.
Ortega y Gasset, en La rebelión de las masas, ya había diagnosticado esta enfermedad: la supremacía del hombre-masa, incapaz de trascender su propia mediocridad, pero convencido de tener derecho a dictar el rumbo de la sociedad. Hoy esa masa de zánganos batalla en “X” (antes Twitter), donde la “indignación” se multiplica con fuego inquisitorial.
Occidente requiere que defendamos la verdad incómoda, la belleza exigente, la libertad que duele, la sal en la herida. Por eso hay que dar la Batalla Cultural y arrancar de raíz la barbarie ‘wokista’, con su juventud de cristal, sobreprotegida, confundida e inutilizada.

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