Volver a recordar
El paseo duró mucho más que lo propuesto al salir de casa de Humberto y Nelly Barriga en Las Delicias, Trujillo, y poner en marcha el motor del Volkswagen amarillo alquilado con el que llegaríamos a Cajamarca. La carretera desconocida, como guía un mapita de turismo que no funcionó, María Luisa Lobo en el timón, Lala Checa en el asiento delantero, yo en diagonal en el de atrás. Teníamos avisado un tiempo de recorrido que jamás se cumplió, como los cuatro días se suponía duraría esta rápida gira y se estiró por más de quince. “En unas horas estarán allá” fue el comentario que recibimos. Llegamos al día siguiente después de dar vueltas en Jequetepeque, llegar al fondo de la excavación de Gallito Ciego, dormir en la sacristía de la iglesita de Tembladera. En apretado cuento este fue el inicio de esas semanas en que tomamos como base un simpático hotelito cercano a la plaza de armas de Cajamarca. Tenía un bonito patio, buenos desayunos con oloroso café, leche, ricos panes, mantequilla de verdad y mucho queso mantecoso.
Con María Luisa y Lala nos habíamos conocido hacía no mucho. Pronto se fue abriendo el telón que descubría sus escenarios. La Habana, Nueva York, Lima, Chaclacayo, Madrid, Londres, Paris, tenían espacio en las narraciones de María Luisa, hija de Julio Lobo Olavarría, el hombre que en un momento controló el comercio del azúcar en el mundo, creó la fortuna individual más grande Cuba, propietario de centrales azucareros, refinerías, banco, aseguradora, compañía de aviación y lo más atrayente en el paisaje, la considerada mayor y más importante biblioteca sobre azúcar en el mundo, hoy en la Biblioteca Nacional de Cuba. Su colección de objetos personales, de arte, documentación, y biblioteca sobre Napoleón fuera de Francia, también hoy en La Habana como parte de su notable colección de pintura con grandes maestros, gran parte de ella en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba. Lala, con su ancestro piurano, sus vínculos por matrimonio con Nicaragua y un humor a toda prueba, era el equilibrio. Tenían mucho para contar y yo para escuchar.
De una anterior visita a Cajamarca guardaba el aprecio y amistad con Vicho Campos, exquisito fotógrafo que con amor y criterio registró su ciudad de sol a sol de norte a sur; Horacio “Che” Gálvez, empresario y otro enamorado de su tierra. Con ellos establecieron pronta comunicación como con los cuyes en La Namorina, los estofados en Quiroz y mis caminadas mañaneras por el mercado mirando los grandes chanchos pelados, los pañolones, las muñecas de trapo y esos pasteles con insólitos colores.
Paseamos, escuché los cuentos de los regalos de Julio Lobo a María Félix, Joan Fontaine y Esther Williams. La experiencia de Lala en su casa de Managua tomada por asalto una Navidad. Se entendían perfectamente con el tema del azúcar y la voluntad de seguirme en mis caminatas.
Hace unos días, como siempre, sin buscarlas aparecieron estas fotos que son buen recuerdo de esos días y fueron tema en el primer número de Cores Crónicas Retratos, una publicación que salió de prensa en julio de 1992 y de alguna manera continúa en esta página.
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