Vizcarra y la negación de los fines del Estado
El Estado existe a consecuencia del hecho real de que el ser humano es por naturaleza social y que para alcanzar el bien de todos se requiere más que las espontáneas voluntades individuales. El fin del Estado es servir al ser humano quien en ejercicio de su libertad se organiza con los demás individuos que lo rodean, de modo de trasladar a un ente distinto a todos ellos la toma de decisiones y la fuerza necesaria para hacerlas cumplir. Ello con el propósito de conseguir el bien común.
Siglos de experiencia han derivado en el vigente Estado Constitucional de Derecho en el que se impone la fuerza de las leyes y no la voluntad de los gobernantes. De esas leyes, una, la llamada Constitución, es superior a todas y difícil de ser cambiada por el gobernante de turno. La Constitución fija los derechos y garantías reconocidos a su elemento humano o pueblo y el modo como se organiza el Estado mismo, con sus instituciones y autoridades fundamentales regidas por el principio de separación de poderes.
Para que el Estado logre su propósito de obtener el bien común, debe afirmar su propia soberanía o supremacía sobre cualquier otro interés o acción individual o grupal dentro del ámbito territorial en el que actúa.
Todo ello nos viene a la mente cuando reflexionamos sobre la situación por la que atraviesa nuestro país.
Tenemos un presidente de la República que asumió el cargo de mayor jerarquía dentro de la organización estatal, con atribuciones tan importantes y exclusivas como las de administrar la riqueza del Estado y liderar la potestad del uso de la fuerza para lograr un clima de seguridad y bienestar, pero que en lugar de cumplir sus tareas para conseguir el bien común, consume tiempo y esfuerzo en confrontar al Congreso de la República y en enardecer a la población y minar su respeto a las autoridades elegidas, pretendiendo ilusamente ser capaz de administrar para su propio beneficio el caos resumido en el lema o motto “que se vayan todos”.
Las imágenes de hoy en Arequipa, donde una horda de exaltados -seguidores de un convicto del asesinato de cuatro policías a inicios del año 2005- escenifica el fusilamiento simbólico de ese presidente, nos demuestra que Martín Vizcarra en lugar de personificar a la Nación representa la negación de la razón de ser del Estado mismo y genera riesgo inminente de grave daño a su futuro.
¡No a la sustitución del pueblo con hordas!
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