Vivir bien
Sin duda, vivimos momentos muy complicados, en todo sentido; nos invade el temor de que las nuevas generaciones la pasen peor que nosotros; la situación no distingue entre ricos y pobres, hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Quizá mi apreciación les suene fatal, les pido perdón por ello. Siempre hemos tenido en mente que cada generación sea mejor que la anterior, en todos los aspectos; creo que ese sueño es compartido en todo el mundo, dentro de ellos nuestros hermanos pequeños del Perú profundo, aquellos niños que se acuestan con hambre y sueñan con un mañana mejor; pero ¿qué implica esa mejoría?
Si enfocamos el tema desde el sector laboral, el trabajo es cada vez más escaso e inestable, la rotación en los puestos de trabajo es cada vez más alta, la gran fuerza laboral es informal o independiente, el ingreso medio per cápita no se ha visto incrementado, pese al crecimiento económico sostenido; sin el ingreso económico por el trabajo, será más difícil acceder a una vivienda digna, los espacios son cada vez más pequeños y su precio cada vez más alto. El panorama, a simple vista, es desalentador: no se encuentra empleo estable, no se tiene el dinero que se necesita y se tiene que lidiar con las complicaciones de vivienda. Pero ¿esos son los únicos factores que podemos utilizar para evaluar la situación? “El Perú es mucho más grande que sus problemas” sentenciaba Basadre, hemos sabido superar las adversidades en más de una ocasión; en ese sentido, salir de esta complicación no solo requiere de dinero o comodidades, sino de cooperación y creatividad.
Todos necesitamos dinero, así de simple; pero también necesitamos políticas públicas que protejan al trabajador de la explotación por parte de los empleadores y las entidades financieras; no perdamos el tiempo en discusiones bizantinas acerca de lo moral o inmoral de la riqueza, muchas veces los pobres viven mejor que los ricos; no victimicemos ni a unos ni a otros; dediquémonos a encontrar respuestas a cómo debemos trabajar y a cómo debemos vivir, teniendo presente que la necesidad despierta la invención y que la recesión despierta la conciencia. Volvamos la mirada al pasado, nuestros bisabuelos y abuelos tenían familias numerosas y supieron cómo salir adelante, recordemos el esfuerzo de nuestros padres y familiares para hacer de nosotros lo que hoy somos; nuestros antepasados inmediatos lograron conocer, en medio de la adversidad, la verdadera condición humana.
La atención del Estado debe adaptarse a la economía cada vez más fragmentada, se necesitan políticas públicas que reflejen que todos podemos ser vulnerables y que podemos cuidar a otros vulnerables; se debe sincerar el salario mínimo, sin demagogia, proteger a la clase trabajadora, sin asistencialismo. Por nuestra parte, aprendamos a valorar más las relaciones interpersonales, no solo con lo más cercanos, sino con las demás personas, reconozcamos el valor que éstas tienen y que el dinero no puede comprar; aprendamos, también, a capitalizar los fracasos, a veces no nos va bien en una cosa pero nos va muy bien en otras, el mundo siempre recompensa, debemos darnos cuenta de ello; nuestra vida es corta y muchas veces brutal, no permitamos que la inseguridad nos convierta en frágiles; nunca, pero nunca, perdamos la fe, la fe en las instituciones, la fe en los demás, la fe en nosotros mismos, cultivemos esa fe y extendámosla.
El peligro no está en lograr nuestros sueños, el verdadero peligro está en lograr un sueño que no creemos ni queremos. Atrevámonos a hacer lo más difícil e interesante: creer en nosotros mismos y creer en los demás; no se trata de dinero, se trata de vivir bien.
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