A veinte años del Andahuaylazo
El Congreso de la República, en la persona del congresista Fernando Rospigliosi, ha realizado un homenaje póstumo a los policías que fueron asesinados el primer día de enero de 2005 en Andahuaylas, entregando una medalla a los familiares que hasta hoy no encuentran explicación, consuelo ni justicia por la muerte de sus seres queridos.
¿Y cómo encontrar justicia si días atrás el artífice de aquella desgracia, sin mayor remordimiento y junto a algunos impresentables congresistas que lo acompañaron en la farsa, celebró el asesinato como si se tratase de una gesta heroica? Este acto evidencia el desprecio por el ser humano, que la prisión en nuestro país no reeduca, sino que “perfecciona” la conducta criminal; que esos congresistas son postreros cómplices de Antauro Humala (AH), quien vilipendia al pueblo peruano.
Confirma también que confunde completamente el bien y el mal, la vida y la muerte, la mentira y la verdad, y que sus sueños megalómanos de poder por el poder, aun jugando con el dolor de quienes sufren la partida prematura y absurda de sus seres queridos, no tienen límites y que sigue siendo una verdadera amenaza para la sociedad.
AH, quien fue sentenciado por lo hecho en Andahuaylas, recibió bonos carcelarios como pocos y salió anticipadamente por supuestos trabajos en prisión (Hello Kitty), que alguna vez negó y, al hacerlo, confirmó que su salida habría sido ilegal y que, en cualquier otro caso, se habría anulado este beneficio. Como muchos extremistas, tiene corona y hoy se pasea por el Perú personificando la impunidad y la cobardía. Su pena inicial de 25 años terminó en 17, seguramente porque en esa familia, a decir de las agendas de la esposa del otro Humala, “los jueces se escogen”.
Este individuo, que pretende candidatear a la presidencia de la República, no aprendió a asumir sus responsabilidades y, en campañas reiteradas y usando prensa, redes sociales o en sus afiebrados discursos, culpa a la fuerza pública de haber asesinado a los policías que patrullaban alrededor de la comisaría que ilegalmente ocupó el 1 de enero de 2005. Esto es cobardía, huir de una realidad que no puede camuflar para intentar limpiarse a cambio de enlodar a inocentes. Más de lo mismo de una personalidad que ni la cárcel ha podido redimir.
Cuando AH ofrece fusilar a diestra y siniestra en la hipótesis de ser elegido presidente, lo que hace realmente es confirmar su vena asesina. Quiere seguir matando seres humanos y, por eso, normaliza lo sucedido en Andahuaylas. En esa hipótesis negada de ser presidente, el suyo sería un régimen comunista arcaico, similar al de Pedro Castillo, para llenarse los bolsillos y los de su pandilla, pues esa es la cualidad principal de regímenes de caudillos autoteístas similares en el mundo.
Antauro Humala debería reconocer y agradecer a las FFAA y la PNP, defensoras de los derechos humanos, que aquel día, a pesar de ser responsable de los asesinatos de cuatro policías, fue capturado sin un rasguño y se veló por su integridad física. Si las fuerzas especiales del Ejército empleaban sus armas a nombre de la nación, como habría correspondido, otra habría sido la historia. El propósito de evitar cualquier mínimo daño colateral con la población marcó los límites de la estrategia.
El llamado Andahuaylazo no debió existir si no fuese porque políticos inescrupulosos, que mediante ley exprés perdonaron a los dos hermanos artífices del secuestro de tropas y hurto de material del Estado en Locumba, incubaron la segunda asonada. La reivindicación de los muertos inocentes pasa por “vencer la impunidad” y es una causa justa por la cual luchar.
Hace muy bien Fernando Rospigliosi en mantener viva la memoria de los caídos, pues los defensores de la patria solo mueren cuando los olvidamos. Nunca los olvidemos.
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