Unas elecciones tontas y a ciegas
Salvo honrosas y contadísimas excepciones, la inmensa mayoría de postulantes a esa ridícula elección congresal convocada por el presidente golpista son, verdaderamente, infumables. Vizcarra les vendió a los bobos este cuento que el Parlamento anterior era obstruccionista, y que la solución era clausurarlo y citar a comicios para elegir nuevos “valores” que conformen un auténtico Congreso eficiente, colaborador y democrático. Algo así como designar un Legislativo tipo Reino Unido. Pues amigo lector, sí usted le creyó será mejor que sepa que lo que le espera a partir de febrero es, sencillamente, caótico. Tendremos un Parlamento integrado por minorías atomizadas que, a su vez, estarán formadas en su amplia mayoría por improvisados, aventureros, malandrines, chantajistas, etc., que, a lo único que aspiran, es a ejercer poder sin estar capacitados para hacerlo. Y profesarlo nada menos que desde el principal poder del Estado -el Congreso- crisol de todas las sangres. Congreso que esta vez lo elegirá una sociedad engañada, aturdida y manipulada por un gobernante mendaz, inepto, sesgado y en extremo aterrado, tras su paso por un ministerio que ejecutó al sablazo un proyecto dudoso llamado Chinchero. Antes estuvo a cargo de la región Moquegua en calidad de gobernante donde gestionó proyectos que están en plena investigación por la Fiscalía. Y todavía falta conocer la resolución del TC respecto a la contienda de competencia presentada por Pedro Olaechea, el presidente del Congreso, respecto a la clausura de este poder del Estado. Fallo que podría desembocar en una acusación constitucional por transgredir la Carta, cuyo desenlace llevaría a Vizcarra –mínimo- a la destitución.
Volviendo al futuro Legislativo, antes de embarcarnos en una elección ciega y torpe como la que nos espera, mejor hubiera sido plantear algo como esa broma española, donde tras el conteo de la primera elección el 75% de los votos fueron en blanco. Los políticos en liza alegaron: ”Hay un error. Debe repetirse la votación”. Y tras la segunda rueda, la secuela dejó 90% de votos en blanco. Entonces los políticos frustrados, tras verse humillados, dieron un ultimátum a través del cual manifestaron su indignación y amenazaron a la población con no volver a participar a futuro en elección alguna. ¡Así fue! Nunca más hubo comicios. Pero cuando un periodista preguntó a la gente de ese pueblo, “Y ustedes, ¿cómo reaccionaron ante semejante amenaza?” La respuesta fue: “Nada”. “Díganme entonces -repreguntaría este sorprendido cronista- ¿nunca más tuvieron elecciones?”. “Nunca más”, respondieron orondos los pobladores. “Y ¿cómo les ha ido desde ese día?”, volvió a indagar el gacetillero. “Mejor que nunca”, replicaron.
Eso es lo que ocurre cuando los pueblos se hartan de que una claque mediática les dé de comer política mañana, tarde y noche. Como si fuera lo único que existiera y lo que les solucionase sus problemas. ¡Cuando, precisamente, es todo lo opuesto! Claro que la política es indispensable para conducir las sociedades. Pero sólo si los políticos son Políticos con mayúscula. No esta partida de menesterosos improvisados, corrompidos e ineptos que, desde hace tiempo, han secuestrado nuestro país.