Un tren intruso en nuestra Amazonía
El Perú enfrenta hoy una agresión geopolítica silenciosa. China, a través de su modelo de neocolonialismo económico, y Brasil, bajo el liderazgo populista y ambicioso de Lula da Silva, han comenzado a trazar un corredor bioceánico que uniría el Atlántico con el Pacífico, cruzando la Amazonía peruana sin siquiera consultar a nuestro país, como si fuéramos un papel en blanco.
Se habla de infraestructura, de integración regional, de competitividad. Pero lo que en realidad ocurre es lo contrario: una expansión disfrazada de desarrollo, impuesta con la prepotencia del poder que no pide permiso.
No es la primera vez que desde São Paulo se sueña con cruzar el continente. Ya en los siglos XVII y XVIII, los bandeirantes —exploradores portugueses— rompían los límites del Tratado de Tordesillas y se abrían paso por el continente sudamericano sin respeto alguno por reinos, pueblos o geografías. Solo importaba llegar más allá, avanzar, tomar. Algunos incluso soñaban con alcanzar el Pacífico. Tres siglos después, la ambición se repite con nuevos actores y métodos más pulidos, pero con la misma lógica territorial. Los arcabuces fueron reemplazados por memorandos y estudios de factibilidad, los mapas coloniales por hojas de cálculo, y los soldados del sertão por burócratas del Partido Comunista Chino e ingenieros brasileños.
El tren bioceánico —cuya traza atravesaría territorio peruano— ha sido discutido y promovido por Brasil y China como si el Perú fuera simple pasadizo, una franja prescindible que se adapta a la conveniencia de terceros.
La Cancillería peruana ha declarado que no ha sido informada oficialmente. Se nos recuerda, con diplomacia forzada, que “nada está decidido”. Pero lo cierto es que se negocia sobre nuestro territorio sin que estemos en la mesa de negociación. Y eso se llama, señor Canciller, violación de soberanía.
China no avanza hoy con ejércitos, sino con puertos, créditos blandos, infraestructura y control estratégico. Ya posee el puerto de Chancay, punto clave para su influencia en el Pacífico. Ahora necesita conectar esa pieza con el centro más industrializado de Sudamérica, por eso Brasil es el socio dominante; y el Perú, apenas un pasillo.
No se trata de rechazar la inversión extranjera ni a la integración, sino de exigir algo elemental: el respeto a la soberanía nacional. Si ese tren va a pasar por nuestra selva, deberá hacerlo bajo nuestros términos, en función de nuestros intereses económicos, comerciales, socioambientales y de seguridad.
Esto no es solo infraestructura: es geopolítica pura; y en geopolítica, el silencio no es neutralidad sino consentimiento. Si la Cancillería calla hoy, mañana solo nos quedará contar lo perdido. Como con los bandeirantes, el verdadero peligro no es que avancen, sino que nadie los detenga.
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