Un sistema de salud demasiado precario…
Hace pocas semanas narramos en esta columna el modo y forma en que éramos atendidos en la selva baja por el área de salud correspondiente, para enfrentar las enfermedades de cíclica aparición, como las paperas, el sarampión, la varicela, la rubéola, entre otros, actuando preventivamente con la toma de muestras de sangre una o dos veces al año en todas las localidades ribereñas y en todos los centros educativos, lo que permitía prevenir epidemias y, para enfrentar enfermedades que lo requerían, aplicar vacunas en un vasto plan de vacunación. Hicimos esa reflexión en relación con la aparición de la tos ferina, un mal que todos creían erradicado, olvidando que la naturaleza retrocede, pero jamás se va del todo y cuyo regreso, en alguna oportunidad futura, suele traer efectos catastróficos por un sistema de salud devenido en un desastre institucional y sistémico.
Ahora resulta que también ha comenzado a manifestarse el sarampión, el mismo que, a partir de la segunda mitad del siglo pasado, ya estaba completamente controlado por un método de asistencia de prevención y cuidado que nunca se debió abandonar del todo, tanto más que las redes de salud y el desplazamiento armónico de sus unidades operativas permitían una protección eficaz que ahora no existe.
Lo más cruel es, por ejemplo, que habiendo aparecido el dengue, provocado por la picadura de zancudos al igual que el paludismo, hasta ahora no se haya encontrado una manera eficaz de erradicación y tampoco sabemos si existe o no un plan de vacunaciones masivas con vacunas adquiridas con la debida antelación. El problema de la falta de prevención es la lógica saturación de los centros médicos existentes cuando se presenta alguna epidemia, centros hospitalarios que, de por sí, ya se hallan desbordados porque ni tienen personal médico suficiente ni tampoco equipos, laboratorios ni medicamentos.
Un mal que se extendió en gran medida en la selva baja fue la lepra, llegándose a atribuir como fuente de contagio, entre otros, la humedad y el roce con los armadillos (conocidos como carachupas), además de relaciones sexuales con parejas que incubaban el mal y no presentaban síntomas visibles. Famoso fue el leprosorio de San Pablo, por donde se dice que pasó, actuando como médico, el Che Guevara, en cuyo establecimiento recibió tratamiento mucha gente quienes, en algún momento, eran dados de alta explicándose a la población las razones por las cuales, según los médicos, ya el mal que portaban no era contagioso. Era difícil creer en el dicho de los médicos al encontrarse uno con leprosos dados de alta con algodoncitos en la nariz, en la comisura de los labios, entre los dedos y otros lugares por donde las heridas manaban sangre, lo que provocaba que muchos de ellos se aislaran en lejanos poblados.
Ahora resulta que en Piura se ha presentado un caso de lepra, cuyo mal se supone había sido erradicado, y si lo tenemos de vuelta es que el sistema de salud no previene absolutamente nada.
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