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Un poquito de contrabando

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Fecha Publicación: 22/04/2023 - 22:50
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Muchos recordamos aquella frase infeliz y populista que lanzó el presidente Pedro Pablo Kuczynski en Puno, apenas a diez días de haber asumido el mando supremo de la nación: “Aquí estamos por una razón simple, queremos apoyar a Puno y queremos que sea próspero. A mí francamente no me preocupa que haya un poquito de contrabando, ¿a quién le importa eso?”, dijo en medio de los aplausos de los asistentes. (diario GESTIÓN, 08 agosto de 2016)

La expresión de sorpresa y fastidio que se dibujó en el rostro del entonces premier Fernando Zavala Lombardi al momento de oír tamaño disparate, fue quizás el preámbulo más significativo del inevitable destino errático al cual arribaría PPK sin terminar su gobierno. Nadie hubiera apostado que el nuevo primer mandatario, recorrido en los jirones del Banco de Reserva, los despachos de Energía, Minas y Economía, así como en los de las grandes ligas financieras mundiales santificara la defraudación al fisco, así como así. Y solo por apropiarse de la fácil algarabía de su auditorio, aquel sector de puneños zamarros, contrabandistas, mineros ilegales y narcotraficantes que se parapetan en la pobreza de sus coterráneos para legitimar sus acciones delincuenciales.

La remembranza viene a cuento por el nivel que alcanza el debate acerca de la medida acordada por la comuna metropolitana de Lima, así como por otras autoridades municipales capitalinas, de prohibir la limpieza de los parabrisas de vehículos que circulan en la vía pública luego del brutal asesinato de un chofer a manos del venezolano José Alberto Jirón Holder, cuando el primero se resistió a ese servicio que pretendió imponerle el segundo.

El grupo condescendiente hacia la práctica de los limpiaparabrisas ha levantado estentóreamente su voz, basado en diversos ejes argumentales: pobrecitos, no todos son violentos e invasivos, se ganan la vida de esa forma en vez de involucrarse en acciones criminales, se les necesita ante el despliegue polvoriento que se produce en ciertas zonas de la ciudad, empañando las lunas de carros, camionetas y camiones.

Llevamos siglos de tolerancia a la informalidad, explicándola como una válvula de escape laboral sin percatarnos del enorme daño que propiciamos socialmente a sus promotores y al mismo país. No absorbemos ese recurso humano, sobre todo el joven, al circuito de la legalidad donde puede perfeccionarse y crecer, lejos de la economía de subsistencia. Lo peor es que el ejercicio informal se extiende como cáncer. Ya que hablamos de vehículos, según la empresa Comparte The Market, los peruanos somos los segundos peores choferes del mundo solo antecedidos por quienes conducen en Tailandia y seguidos por Líbano, India y Malasia.

Así estamos. Empezamos conviviendo con el comercio ambulatorio y todos los oficios de ese orden, incluyendo los limpiaparabrisas. Lugo a un poquito de contrabando, otro de tala ilegal, una ñizca de tráfico de drogas, algo de trata de personas, una nada de irrespeto a las normas de tránsito. La delgada línea que separa ambos mundos es cada vez más flaca y nociva.