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Un jazmín enamorado

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Fecha Publicación: 20/10/2024 - 20:50
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Estas Crónicas traen el recuerdo de un curioso romance que tiene un algo de esos algos que a Zizi Ghenea le gustaban, buscaba y usaba como protagonistas en su Extraño…muy extraño, esas dos páginas con ilustraciones del maestro Raúl Valencia que crearon una legión de fieles seguidores que esperaban como pan bendito su publicación en 7 Días, la gran revista semanal del diario La Prensa. Zizi, rumana, gran amiga, entregaba sus interesantes y bien informadas narraciones sobre realidades paralelas, apariciones, desapariciones insólitas, casos fantasmagóricos, sucesos para sensoriales, ufología... más todo eso que es Extraño…muy extraño, inexplicable para muchas miradas y pensamientos que tenemos en el mundo cotidiano que llamamos normal. Extraños…muy extraños que ella con su palabra y especial redacción convertía en realidades que eran el cuerpo, alma y espíritu de su sección en que los recogía, mostraba y ofrecía con su recorrido por geografía, historia, las ciudades, la calle, plazas, casas y palacios, condiciones de vida con privilegios y carencias, los ejércitos, batallas con triunfos y derrotas, las glorias y miserias. Espacios en los que estos temas tenían, tienen, existencia.

Si a Tanti Zizi le hubiera contado el tema que hoy recuerdo, seguro que en su Extraño…muy extraño lo habría compartido, como hizo con esos dos en que fui parte. Uno en Machu Picchu y otro en Tacna, en la casa con el 868 de la calle San Martín, donde viví de niño, años después del Extraño…muy extraño que tiene de protagonista a mi abuela Isabel Giles de Cavagnaro y sus amigas. Muchas veces y siempre era más o menos así. En el corredor que llevaba al patio de la vilca, cerca de las pajareras con los canarios y las macetas con espárragos y eucaris que criaba y cuidaba mi tía Norah, crecía junto a un vano el antiguo jazmín del que la abuela Isabel con mucho orgullo y cariño decía, está enamorado de mí. Y a la verdad, el tema parecía ser muy serio. Resulta que el jazmín era un refinado galán, no un aburrido repetidor de melosos detalles. Cuando la abuela cruzaba el vano, no en toda pasada, le dejaba caer unas flores que ella recogía y las llevaba. Sus amigas, Lastenia y Adriana González, Irene Quelopana, Zoila y Emilia Ara, María Villarroel, Josefinita Williams, la señora Pizarro, no recuerdo el nombre, madrina de bautizo de mi madre, sabían del romance, cuando venían a casa, no todos los días, de una o en grupo, les gustaba torear al enamorado y a la Isabel, como dicen en Tacna, también en Arequipa. Iban al corredor y antes de cruzar el vano empezaban la faena, mira Isabel a mí también me enamora y tira flores. Lo cruzaban de ida, vuelta, una y otra vez, pero naca la pirinaca. La abuela con buen humor sonreía. El jazmín era enamorado fiel, no les soltaba ni hojita. Era hora en que la buenamoza Isabel, entraba en acción. Cruzaba el vano, y ya, caían las flores que le brindaba su galán que era de noche y día. Les daba la prueba que tenían requeté sabida. Pero, insistían, querían lo que no tuvieron.

Después, bajo la vilca se sentaban a tomar un macerado de pisco con damascos, té con galletas, jalea y dulce de membrillo y el de durazno para el que la abuela tenía un secreto que lo hacía imbatible. Conversaban, reían, eran amigas felices. También yo disfruto de contar la historia de la que de habérsela contado a Tanti Zizi, me hubiera dicho, Extraño…muy extraño, querido Robertino.

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