Un gobierno chantajeado
Asistimos a la claudicación más vergonzante del gobierno que dice representar a los 32 millones de peruanos, arrodillado ante la imagen prepotente de una de las empresas más corruptas del planeta. Odebrecht tiene sometido al régimen de Martin Vizcarra. No es una imputación especulativa. Es la realidad. Es lo que presentíamos desde que este mandatario autoritario cabildeó tras la cortina con la líder de la agrupación política a la cual su antecesor motejaba de “obstruccionista”. Su obsesión era aprovechar la caída en desgracia de quien lo había aupado al escalafón de vicepresidente del Perú, sin más mérito que su condición de provinciano. Porque, como lo manifestara Carlos Bruce -entonces fiel escudero de Pedro Pablo Kuczynski- Vizcarra fue colocado en el bolo como candidato a la primera vicepresidencia del país únicamente para “mestizar” la plancha presidencial porque, según dijo Bruce, parecía demasiado cargada a la “pituquería”. No obstante, en su fuero interior Vizcarra alucinaba vestirse algún día con el fajín de jefe de Estado. Por algo, desde que se destapara el escándalo Westfield-Odebrecht Vizcarra le dio la espalda a Kuczynski.
Automáticamente montó un operativo, artero y soterrado, para granjearse la simpatía de Keiko Fujimori, entonces poderosa caudillo de la bancada mayoritaria del Congreso y opositora de su agrupación, el pepekausismo. Vizcarra sabía que Keiko tenía la llave para convertirlo en presidente. Y desde ese momento no le hizo ascos a zambullirse en lo que los pepekausas, sus partidarios, consideraban el pantano fujimorista. Se rebajó VIzcarra al punto de mendigarle apoyo a varios amigos comunes -suyos y de Keiko- para que lo respaldasen en su obsesión por reemplazar a PPK.
Esta felonía ocurría ya meses antes de que renuncie el entonces mandatario. Concretamente mientras el conspirador ocupaba el cargo de embajador del presidente Kuczynski en Canadá. Vizcarra estuvo entonces dispuesto a ofrecer lo que fuere necesario para lograr el “placement” de su ocasional aliada Keiko. La alevosía de Vizcarra no se basaba en el escenario de la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski, como condicionante para que la Constitución activase los trámites del relevo presidencial. Más bien su felonía consistió en procurar la presidencia del gobierno aupándose a la decisión del fujimorismo. Vale decir, en remover a PPK, como estaba claramente cantado en esos momentos. En otras palabras, Vizcarra solamente estuvo dispuesto a semejante infamia, sino que ejecutó un manifiesto acto de traición a quien lo sacara de Moquegua para colocarlo en la liga nacional. Vizcarra no esperaba pues que Kuczynski renunciase. Aguardaba, más bien, que Keiko Fujimori lo sacase de palacio. Una infidelidad que revela su nefasta entraña. Condición reconfirmada cuando, luego de conseguir su objetivo, Vizcarra le asestara semejante puñalada por la espalda a Keiko Fujimori.
Repetimos, el Perú asiste a un escenario realmente bochornoso. Su gobierno sobrevive extorsionado por una organización gansteril. El país está siendo manipulado por una mafia que, a lo largo de tres décadas, le ha robado miles de millones de dólares. Sin embargo, sus propietarios y ejecutivos han sido exonerados de cualquier responsabilidad penal y reducida su indemnización a pesetas.