Un Estado en descomposición
¡La destrucción del Estado, a partir de desgobiernos delincuenciales como los de Humala y Kuczynski, Vizcarra, Sagasti, Castillo y Boluarte, es hoy manifiesta! Ahora tenemos a otra gobernante, incapacitada para gobernar. Pero, además, el aparato estatal se encuentra desvencijado, corrompido y ocupado, mayoritariamente, por gente de mala calaña. La categoría de los profesionales graduados en las pasadas dos a tres décadas de centros de estudios universitarios es, impresionantemente, mala. A tal extremo, que incumple los estándares exigibles de la calidad educativa. Más aún, están por debajo de los criterios elementales de aptitud ética. Por tanto, si bien la burocracia peruana jamás destacó por su profesionalismo, eficiencia ni bases morales, los actuales funcionarios públicos no le llegan al tobillo a aquella burocracia que exhibía el Perú hasta fines del siglo pasado. Y este, amable lector, es un lastre muy peligroso para cualquier iniciativa de reconstruir un país. Durante la última década del siglo XX y primera del XXI, el Perú destacó delante del mundo como Estado confiable; economía pujante, vibrante y permanentemente creciente; con empleo pleno en diversas regiones; y una significativa reducción de la pobreza desde 45% a 19%, fundamentalmente durante el quinquenio correspondiente al segundo gobierno del ex presidente Alan García. Pero aquel inmenso, envidiable progreso fue muy prontamente despedazado por el socialismo tercermundista, en complicidad con el extremismo latinoamericano que ha arruinado a la región, para reconvertirla en otra, sumida en la miseria, donde la ciudadanía viva sin libertad ni derechos sociales, civiles y/o humanos. En el Perú, este retroceso histórico tiene nombre: Pedro Castillo. Un ágrafo comunista, con antecedentes de servidor del terrorismo como secretario del sindacato abimaeltista de profesores; descarado golpista; prontuariado y consumado antidemócrata decidido a acabar con la democracia y la estabilidad socioeconómica del Perú.
Ejemplo de destrucción de nuestro aparato estatal es el video aparecido, un año después, registrando los movimientos previos al fatal accidente aéreo que cegó la vida de tres bomberos, por error –más bien transgresión– de quienes supuestamente controlaban los vuelos; y en general, el movimiento aéreo del primer aeropuerto del Perú. En él se ve ingresar a la Torre de Control del aeropuerto Jorge Chávez a gente zarrapastrosa, que incluso llega para recostarse a dormir mientras los vuelos entran y salen “controlados” por otro distraído personaje. Un desarreglo tormentoso, que pinta la miseria de gentuza que “trabaja” en una estratégica Torre de Control Aéreo que, supuestamente, cuida la vida/salud de millones de pasajeros que salen del e ingresan al Perú. Una élite de criminales en potencia, poniéndose de acuerdo para negar la verdad y autoprotegerse entre ellos. “¿Todos de acuerdo? ¡A una sola voz! ¡Nunca dimos el permiso para el ingreso de bomberos a la pista de aterrizaje”, grita con desparpajo el gerifalte del grupete culpable de la muerte de tres personas. Para que los peruanos puedan confiar en Corpac, no sólo debe despedirse a toda la plana burocrática, sino a su Directorio, Gerente General y todos sus empleados. Caso contrario la presidente Boluarte será responsable de cualquier accidente en el Jorge Chávez.
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