Un año de la incursión de Hamás en Israel
Aquí, en Nueva York, en medio de la alta adrenalina que domina cada año durante los meses de septiembre y octubre en las Naciones Unidas, por los pasillos de los hoteles de la ONU, abarrotados de expertos venidos de diversas partes del mundo, mientras seguíamos arribando a la capital en que confluyen todas las sangres y culturas del planeta, el tema que ha monopolizado las conversaciones iniciales ha sido, sin discusión, el conflicto en Medio Oriente, puntualmente, la guerra de Israel contra Hamás, que ayer, precisamente, ha cumplido un año, para desgracia de la paz —consagrada en la Carta de San Francisco de 1945—, desde que el 7 de octubre de 2023 vimos, con pavor, la masacre de más de 1,200 israelíes, muertos a manos de los milicianos terroristas de Hamás, que lograron burlar la frontera, cruzándola desde la Franja de Gaza, territorio palestino, y llevándose de vuelta a unos 240 rehenes, episodio que ha cambiado, a mi juicio, radicalmente el temperamento de Israel respecto del problema de fondo en esa región.
El pavor fue acrecentado una vez que se produjo la inmediata respuesta por parte del gobierno del primer ministro, Benjamín Netanyahu, que decidió, primero, incontables bombardeos sobre espacios estratégicos de Hamás en Gaza, y luego, incursionando militarmente con el objetivo de neutralizar y acabar con sus miembros, pero que terminó volviéndose indiscriminado, contándose a la fecha más de 41,000 los gazatíes muertos, y la reacción de Hamás, siempre con atentados terroristas selectivos en Israel, causando la muerte de ciudadanos de este país.
Al dar la vuelta al año, la guerra se ha extendido hacia el sur del Líbano, que limita con Israel por la frontera norte de este, donde opera Hezbolá, grupo miliciano también considerado terrorista por Israel, desatándose una guerra irregular y no convencional, porque enfrenta a Israel, que es un Estado, contra Hamás (palestinos) y Hezbolá (libaneses), que se apoyan mutuamente contra Israel, y que no son considerados Estados ni mucho menos sujetos de derecho internacional.
Los ataques de uno y otro lado no se han detenido y, a la vuelta del año, ha aparecido Irán, país persa chiita que impone el equilibrio en la dinámica del poder en la región de Medio Oriente, volviendo al episodio bipolar Israel-Irán, luego del lanzamiento de más de 200 misiles balísticos por parte del régimen teocrático de Teherán, en una completa incertidumbre por lo que decidirá Israel como respuesta.
Al cumplirse el año del inicio de la guerra, las reglas de derecho internacional humanitario no existen, han sido violadas por todos los actores en la guerra, hasta con imputaciones ante la Corte Penal Internacional y la Corte Internacional de Justicia, y las poblaciones de Israel como de Palestina se han expresado, como era de esperarse, mayoritariamente en contra del conflicto; los primeros, esperando la liberación de los más de 100 cautivos que aún siguen retenidos, al exigirle a Netanyahu concretar una nueva y definitiva negociación para efectivizar su libertad por medio del canje con los miembros de Hamás que se encuentran en las cárceles israelíes, y los segundos, invocando a la comunidad internacional para detener la guerra que siempre se cobrará con los inocentes.
Al año del conflicto en Medio Oriente, el mayor drama mundial es que no hay nada que advierta su final.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista
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