Um samba de saudade para Roberto Arizmendi
Vestía un pantalón jean, botas, una camisa celeste y un chaleco de cuero. Yo observé cómo ingresó al restaurante, sorprendido por su entusiasmo, por su sonrisa de charro bonachón y su porte imponente. Fue el primer Poeta mexicano que conocí en mi vida. Era Concepción, Chile, noviembre del 2014. Habíamos sido convocados por Omar Lara al II Encuentro Internacional de Poetas, en homenaje a los cincuenta años de Trilce, la histórica revista fundada por Omar en la Universidad Austral de Valdivia. Desde que lo ví supe que seríamos amigos. El encuentro que comenzó en Concepción continuaba en Temuco y Valdivia. Ese año Omar Lara me entregó uno de los regalos más bellos de mi vida: me presentó a Jorge Ariel Madrazo (Argentina), Jacobo Rauskin (Paraguay), Juan Cameron (Chile) y Roberto Arizmendi (México), mis admirados hermanos mayores a quienes hasta entonces solo los conocía por libros y antologías. Cuando finalizaron las actividades, en Concepción, me tocó viajar con Roberto a Temuco donde nos esperaban Luis Abarzua y Nelson Aradena de la Universidad de la Frontera. Leímos juntos en uno de los auditorios de la UFRO, a Roberto le tocaba retornar a Concepción, yo debía continuar hacia Valdivia. Era mi primera participación en un encuentro con poetas de ese calibre, yo estaba nervioso y agradecido con la confianza de Omar, por haberme convocado. Roberto, quien se dio cuenta de mis nervios, me aconsejó que no tome tan en serio lo que estaba viviendo. “Este es el primero de muchos, prepárate para los que vendrán”, me dijo. Y luego tuvo el enorme gesto de no volver a Concepción, sino de acompañarme a Valdivia. Entonces le preguntamos a Nelson Aradena dónde queda la estación de buses y Nelson respondió con otro gran gesto: “No irán en bus, permítanme que yo los lleve, iremos por la ruta de los volcanes y los lagos”. Y así fue. Y así conocí esa parte del sur de Chile, aquellos hermosos paisajes que me devolvieron la fé en la belleza. Cruzamos Licán-Ray, nos detuvimos a orillas del lago Calafquen, leímos poesía allí, prometiendo algún día hacer la ruta de los siete lagos, y volvimos al vehículo para continuar hacia Valdivia mientras sonaba, en el equipo, la poderosa voz de Dolores Pradera. Esa tarde Roberto, a pedido de nosotros, leyó su famoso poema “Um samba de saudade”. Ese hermoso texto que grafica su carácter, su personalidad paternal, diligente, pendiente siempre de los otros. Por un mensaje de su más querido hermano, el enorme Waldo Leyva, me enteré que Roberto Arizmendi, El Caballero de las Letras Mexicanas, en palabras de Marco Martos, ha dejado este plano y las lágrimas inundaron todos los momentos y todas las ciudades donde compartimos alrededor de su histórico BarBarita. “Si la vida se acaba/ no hagan caso”, advirtió. “Si una mañana no estoy/ aquí ya más,/acomoden mis cosas,/ resérvenles lugar/ y denle acomodo al corazón/ de nueva cuenta”, pidió. “Si un día no puedo compartir/comida y tiempo/ dividan en tres la nueva vida/ y una vez cada cinco años, diez,/ alguna vez,/ cosechen una flor/ y hagan un samba/ sin dolor/ sin llanto,/ que ahí estaré bailando y cantando/ con ustedes.” Así será, querido Roberto. Aquí te quedas, bailando y cantando, con nosotros.
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