Turismo resiliente: la gran tarea pendiente
En los últimos días, Machu Picchu volvió a ser noticia mundial, no por la majestuosidad de su paisaje ni por la admiración de sus visitantes, sino por el bloqueo de su acceso ferroviario, que dejó a cientos de turistas varados en Aguas Calientes. El episodio, lejos de ser anecdótico, refleja una verdad incómoda: el turismo peruano, pese a su potencia, sigue siendo frágil, vulnerable y excesivamente concentrado en un solo destino.
El turismo es uno de los principales motores de divisas para el país. Genera empleo en comunidades rurales, activa cadenas de servicios y proyecta la imagen del Perú al mundo. Sin embargo, esa fortaleza está asentada sobre una base estrecha. Dependemos en exceso de Machu Picchu como ícono único, mientras otros destinos con igual valor histórico, cultural y natural permanecen relegados. Esta concentración nos hace vulnerables a conflictos sociales, desastres naturales o problemas de gestión. Basta una huelga de trenes o un deslizamiento de tierra para que nuestra vitrina global quede empañada.
El desafío, entonces, no es solo promocionar al Perú, sino construir un turismo resiliente. Un turismo capaz de diversificar la oferta, integrar territorios olvidados y resistir a las crisis con planes de contingencia sólidos. Un turismo, en suma, que se alinee con la visión de inclusión productiva y valor compartido que defendemos para el agro y que también debe irradiar hacia el sector servicios.
Un ejemplo claro es el potencial de Choquequirao, declarado como “el hermano sagrado de Machu Picchu”, que espera todavía la infraestructura adecuada para recibir visitantes masivos. Otro es la Amazonía, con sus paisajes, culturas vivas y biodiversidad única, llamada a convertirse en un eje de turismo ecológico y comunitario. O las playas del norte, que pueden atraer tanto al turismo de sol y playa como a experiencias gastronómicas y deportivas de talla mundial.
La diversificación turística no solo es una estrategia económica, es también una herramienta de inclusión territorial. Si logramos que más comunidades se integren a la cadena de valor turística, estaremos generando empleo digno, reduciendo pobreza y creando nuevas oportunidades de emprendimiento. Se trata, como en la agroindustria, de pasar del discurso a la acción: alianzas público-privadas, inversión en conectividad, capacitación de jóvenes en hospitalidad y gestión cultural, uso intensivo de plataformas digitales para reservas y experiencias personalizadas.
La resiliencia también exige visión de largo plazo. No basta con responder a las emergencias cuando estallan. Se requiere gobernanza turística: un sistema en el que el Estado, las comunidades, las empresas y los emprendedores locales participen de la planificación y compartan los beneficios. Solo así podremos garantizar que el turismo no sea un castillo de arena, que se desmorona al primer embate, sino un verdadero pilar de desarrollo nacional.
Machu Picchu seguirá siendo nuestro emblema, pero el futuro del turismo peruano dependerá de cuánto nos atrevamos a diversificar y a incluir. La tarea está clara: un turismo resiliente que resista crisis, que reparta beneficios y que se convierta, como la agroindustria exportadora, en motor de orgullo, crecimiento y esperanza para todos los peruanos.
Por Alfonso F. Velásquez
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