“Tu rostro buscaré, Señor”. II Domingo de Cuaresma
Queridos hermanos estamos ante el segundo domingo de Cuaresma. En la primera lectura del libro del Génesis, se nos presenta a un Padre de la fe, Abraham, un hombre que además era politeísta y que no podía tener descendencia, pues era infértil: “Dios sacó afuera a Abraham y le dijo: Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abraham creyó al Señor, y se le contó en su haber. El Señor le dijo: “Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra donde naciste y así serán tus descendientes, quienes heredarán una tierra inmensa y llena de frutos”.
Dios hará una alianza con Abraham: “Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón. Aquel día el Señor hizo alianza con Abraham en estos términos: “A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río”. Esta es la alianza que Dios hoy, quiere sellar contigo. ¿Estás dispuesto? ¿Posees la fe necesaria?
Contestamos con el salmo responsorial 26: “El Señor es mi luz y mi salvación,
¿A quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿Quién me hará temblar?
Oigo en mí corazón: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”. El Señor no esconde tu rostro, por el contrario, nos la muestra para que nos saciemos de su esplendor. Por eso, espera en el Señor, sé paciente, valiente. ¡Ánimo!
La segunda lectura es de la carta de san Pablo a los Filipenses: “Hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas. Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo”. ¿Quiénes son estos enemigos? Aquellos que nos hacen escapar de nuestra cruz y manifiestan al hombre y sus deseos como centro de todo. Hermanos, mantengámonos mirando el cielo, en acción de gracias a Dios, esperando en Él.
En el Evangelio de san Lucas, contemplamos a Jesús en la trasfiguración: “Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: “Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle”.
Que bien se está con Dios, escrutando su palabra, haciendo la lectio divina. Hermanos, la Palabra de Dios tiene el poder de transformar nuestras vidas, de romper nuestro hombre viejo, otorgándonos un hombre celeste. Esto es lo que hace la contemplación de la palabra, y el comer y beber de todos los Sacramentos que la Iglesia nos regala. Este es el alimento que Dios nos ofrece en la vida terrenal para llegar al cielo, donde nos espera la vida eterna.