«Tu bondad, oh, Dios, preparó una casa para los pobres»
Hermanos, estamos en el Domingo XXII del tiempo ordinario. ¿Qué nos dice hoy el Señor?
La primera palabra nos llega del libro del Eclesiástico, donde se nos indica cuál es nuestro lugar: “Hijo, actúa con humildad en tus quehaceres. Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás la gracia de Dios”.
Por eso, hermano: ¿quieres ser grande? Hazte pequeño. Hazte humilde. No seas nadie ante los hombres, y entonces serás grande ante Dios. Esta palabra nos la dice a todos: ocupa el último lugar. Ten un corazón prudente y evita la soberbia.
¿Quieres encontrar verdadera alegría? Acepta ser el último. Pero lo cierto es que no queremos serlo. Sin embargo, Jesucristo, el Señor, nos enseña que los cristianos, los humildes, son los verdaderamente felices. Hoy, en Europa, muchos están de vacaciones, pero ¿quién acepta en ese contexto ocupar el último lugar? No es extraño que haya más separaciones que nunca en vacaciones, porque no aceptamos nuestro puesto de humildad y servicio.
Por eso respondemos con el salmo 67: “Que se alegren los justos, que Dios prepara casa para los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece”. Es decir, Dios a los alejados los reviste de dones y bendiciones. Hermanos, ocupemos el lugar que Dios nos da: el último puesto. Ese es el lugar del cristiano.
La carta a los Hebreos también nos ilumina. Nos invita a acercarnos al monte de la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén del cielo. Allí está la asamblea festiva de los hijos de Dios, donde el unigénito, Jesucristo, ocupa el último lugar. Y es ahí donde debemos situarnos también nosotros.
El Evangelio de San Lucas nos presenta a Jesús entrando en la casa de uno de los principales fariseos que lo había invitado a comer. Allí estaban todos espiándolo, y Jesús observaba cómo los invitados buscaban los primeros puestos. Entonces dijo: “Cuando te inviten a una boda, no te sientes en el primer puesto, no sea que haya alguien más importante que tú y el que te invitó tenga que decirte: cede el sitio.
Mejor siéntate en el último lugar, para que el que te invitó te diga: amigo, sube más arriba”. ¿Y cuál es ese último puesto? El último que ocupó Jesús.
Él, siendo Dios, eligió hacerse el último de todos, servidor de todos, hasta entregar su vida en la cruz. Ese es el lugar verdadero de la vida cristiana. Jesús mismo nos recuerda: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Por eso, cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, a tus vecinos ricos o a quienes te lo pueden devolver. Si lo haces por interés, ya tienes tu paga. Invita, en cambio, al banquete, a los pobres, a los cojos, a los ciegos, a los que no te lo pueden pagar.
Ese es el espíritu del Evangelio: dar gratuitamente, como Dios nos ha dado a nosotros. ¡Qué hermoso sería, hermanos, que este espíritu descendiera del cielo en medio de nosotros! Esa es la verdadera alegría: vivir la humildad de Cristo, ocupar el último puesto, servir sin esperar nada a cambio.
Pues bien, hermanos, esto es lo que deseo para cada uno de vosotros en este tiempo: que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos, también en estas vacaciones.
Que ayudes a tu mujer, a tu marido, a tus hijos, a ocupar el último puesto. Ponte tú mismo en el último lugar, y descubrirás que ahí está la felicidad gratuita que solo viene de Dios.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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