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Tributo a mi padre

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Fecha Publicación: 12/11/2023 - 22:10
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Que rápido transcurre el tiempo, si parece que fue ayer, cuando por última vez besé su frente y apreté mis manos con las suyas, poco antes que entrara en la quietud Eterna, en ese sueño de ensueño...

Sus manos tenían la mansedumbre de palomas cansadas y la arrogancia enhiesta, igual que cuando las veíamos traqueteando la antigua máquina de escribir Rémington y que hoy solo suena silenciosa en nuestras mentes, en el recuerdo ido.

Mi padre, no está físicamente con nosotros, lo llevamos en nuestro corazón, mente y pensamiento, como una presencia latente y permanente, por todo lo que él fue, como padre, esposo, abuelo y amigo.

Su palabra siempre fue muy cauta, franca y docta, tanto que traslució perfectamente su pensamiento, sin remiendos ni ocultación. La tarea magisterial en la que estuvo embebido por más de medio siglo, es la más rica y vasta fuente testimonial de su notable personalidad y entrega hacia los demás.

Así fue mi padre, a quienes familiares, amigos y exalumnos le rendimos meritísimo homenaje por su dedicación al Periodismo y por el aporte que ofrendó durante casi sesenta años de constante enseñanza humanista, valores aprendidos, conservados y compartidos desde que los recibió de niño, en su hogar, donde mi abuelo Alfredo, animaba tertulias familiares igualmente su madre, mi abuela María Delia.

Él ha muerto, en fase insoslayable de su destino. Pero allí está su espíritu en cada libro, en cada artículo que escribió, auténtico, inconfundible, en la obra que lo perenniza por siempre, como antorcha viviente del periodismo decente y ético que perdurará en el tiempo conmigo y con mi hijo Francesco, en las tres generaciones de Vignolo periodistas, pero jamás podremos ser más de lo que él fue, un apóstol del Periodismo.

Ya no lo vemos más en el escritorio de la casa leyendo algún libro con el fiel “Negro”, su engreído o en el jardín de la chola, como le decía a mi madre con cariño, el amor de toda su vida y que compartió casi por medio siglo, ya no comeremos ravioles, fugazas o lasagnas y tomaremos vino tinto en una tarde cualquiera, rodeados de lo primordial y básico que es la familia.

Desde su cúspide de gloria continuó sencillo, generoso, modesto, dueño de una sola ambición, colmada: escribir cada día casi desde el alba, momento de la máxima pureza, de la luz virginal que tanto le entusiasmaba, así como el sol.

Mi padre fue llamado un 14 de noviembre de hace dieciséis años. Sus ojos como el de mi nieta Fiorella que despedían destellos esparcían afecto, amor, bondad, sencillez, ternura y franqueza con cada palabra que brotaba de sus labios, se cerraron inexorablemente para siempre, en ese sueño de ensueño que es la muerte, para estar sentado a la diestra del Señor.

Él tenía la riqueza adentro, en sí mismo; era la riqueza que le saciaba con esplendidez: escribir, dictar clase, enseñar, era su arte, el regocijo espiritual que disfrutaba y compartía y que es deber mío y de mi hijo Francesco y los hijos de mis hijos continuar en esta brega generacional de mantener el apellido ligado al Periodismo, por el sendero de la docencia y la decencia.

Querido papá en nombre de mi madre, hermanos, nietos y bisnietas gracias por tanto que recibimos de ti, tu luz siempre nos alumbrará, aunque haya nubarrones, tu antorcha perdurará por siempre con nosotros.

Tu hijo Alfredo, te quiero muchooo... papá.

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