Tres verdades incómodas que todo peruano debe entender

Los peruanos necesitamos que nos digan las cosas en nuestra “cara pelada”. Sin aspavientos, sin resquemor y sin consideraciones. Tenemos virtudes, sí; pero también estamos llenos de defectos y valores débiles que no nos permiten formar una nación fuerte y consistente. Nuestra diversidad cultural tiene dos rostros. El primero, lo que nuestra tierra y el paso del tiempo nos han dado como herencia cultural visible, palpable y apreciable. Segundo, nuestras actitudes y limitaciones que hemos normalizado como estilo de vida, aplicamos en cada actividad que realizamos y se ha convertido en nuestras características dentro del país y fuera de él. Aquí expongo tres verdades incómodas que nos caracterizan.

Víctimas. Nos encanta jugar ese papel. Estamos cómodos cuando sentimos pena por nosotros mismos, cuando transmitimos esa tristeza, logramos que otros perciban lo mismo y con ello justificamos nuestra realidad. Un ejemplo visible es el peruano pobre que, consciente de su realidad, toma decisiones que lo hunden más. Cuando no encuentra salida a su realidad, buscan la vieja confiable: generar pena y posicionar esas decisiones equivocadas para lograr el sentimiento de lástima de otros y, de esa manera, conseguir un beneficio.

Una mujer de 38 años con cinco hijos busca ayuda de forma “desesperada” porque no puede alimentar a todos. La pregunta que nos hacemos es: ¿te obligaron a traer al mundo tantos hijos? Porque no sólo estás sufriendo tú, sino que los estás haciendo sufrir a ellos. Todo ser humano es responsable por las decisiones que toma. Basta de sentir pena por nosotros mismos. Pisa firme en tu realidad y piensa dos veces antes de tomar una decisión. No te conviertas en una carga para el Estado.

Envidiosos. Detestamos el éxito ajeno, una característica directa de todo izquierdista. Jorge Yamamoto, psicólogo y filósofo, argumentó en su libro “La gran estafa de la felicidad” que el peruano es “envidioso machetero”; es decir, el éxito de otro peruano le causa frustración. Le genera un sentimiento miserable en su vida que lo empuja a desacreditar y “rajar” del éxito ajeno. “¿Cómo habrá conseguido el dinero?”. “¿Quién le estará ayudando?”. “¿Qué habrá hecho?”. Son algunas de las preguntas que realizan para desacreditar el trabajo de otros. La envidia es tan potente que puede destruir el trabajo en equipo de toda una organización. En nuestro país, los envidiosos existen desde los barrios más pobres hasta las esferas de poder. Es por ello que vivimos en un permanente estado de boicot. ¿Quiénes detestan el progreso de otros? ¿Quiénes critican la generación de empresa? ¿Quiénes odian la acumulación de riqueza? La izquierda.

Por último, pero no menos importante: justificamos y encontramos excusas para todo. La “pendejada” es una característica que los peruanos hemos desarrollado y fortalecido a través de los años. Me atrevo a decir que la hemos perfeccionado. Sabemos que estacionarnos en las esquinas para alcanzar pasajeros está mal, porque no sólo generamos tráfico, sino que también hacemos perder el tiempo de otras personas y las afectamos. Pero esto no nos importa. Hemos institucionalizado la coima como una forma de vida y transacción hacia la libertad de transgredir toda norma. Sabemos que una empresa que nos contrata para determinado trabajo espera lo mejor de nosotros y nos están pagando. Y no sólo para hacer nuestro trabajo, sino para hacerlo bien. Pero creemos que nos merecemos más por cumplir con nuestra responsabilidad.

Los peruanos creemos que por cada esfuerzo adicional que hagamos en un determinado puesto laboral, merecemos un premio; y si no lo recibimos, no trabajamos igual. Una nación no la construyen sus instituciones, la edifican sus ciudadanos. Y a nosotros nos falta mucho para llamarnos una verdadera Nación. Esta es la primera entrega que realizo sobre verdades incómodas que todo peruano debe entender. Tenemos mucho por escarbar en nuestra idiosincrasia peruana.

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