Tremendas ONG y tremendos comunicadores
Las medidas que soberanamente está tomando el reelecto y recién instalado presidente de los Estados Unidos de América, D. Trump, han impactado grande e insólitamente en un conjunto de personas naturales y en las organizaciones no gubernamentales —ONG— que ellas crearon para generarse recursos. No habrá en adelante lluvia de dólares estadounidenses como hasta ahora.
Desde hace mucho se sabe del ingreso de ingentes recursos provenientes, sobre todo, de agencias de cooperación estatales de otros países, que terminaban favoreciendo a los promotores de las ONG. Lejos estaban tales recursos de ser aplicados a los fines de bien común con que se disfrazaban para obtener el financiamiento.
Una prueba patética pero representativa de este engaño institucionalizado es que, por ejemplo, la mayoría y las más activas ONG ambientalistas tienen su sede en Lima. La casi totalidad de sus directivos, o mejor dicho, dueños, que no solo reciben importantes emolumentos y ocupan cargos por décadas, viven también en la capital nacional, mientras que en los lugares alejados del territorio patrio, donde supuestamente operan dichas ONG, las comunidades y etnias indígenas, raramente beneficiadas con la cooperación, ven a sus dirigentes actuar con solo sus propias fuerzas e incluso caer vilmente asesinados por defender a pulso y sin ningún apoyo las riquezas naturales de su entorno.
No dudo que hay excepciones en la razón de ser y accionar de algunas ONG, pero solo confirman la regla que arriba detallamos.
Recuerdo que, a inicios de los 90, asistí a una reunión organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo sobre financiamiento a emprendimientos de mujeres en situación de pobreza, y coincidí y trabé duradera amistad con una dinámica e inteligente dirigente de la Federación de Mujeres de Villa El Salvador. En la reunión, ella se encontró con ejecutivas de ONG peruanas que iban y venían por ese aún joven distrito, y sin ningún filtro, salvo la verdad, les dijo que, mientras ese ente autogestionario popular carecía de los más elementales recursos para sostenerse, había ONG y personas que las contactaban para obtener solapadamente datos para preparar informes, “investigaciones”, etc., y que incluso ganaban premios internacionales con ellos, sin que las reales protagonistas participaran genuinamente de unos y otros.
Ya se entiende por qué tanta resistencia de las ONG, por años y gobiernos, para que se les fiscalice como se debe. No lo han permitido, con ayuda de sus medios de comunicación alquilados, ni siquiera para control del origen lícito de los recursos, tampoco para control del cumplimiento del objeto social declarado al formalizarse.
Es momento.
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