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Transporte público, ¡en emergencia!

Fecha Publicación: 13/01/2019 - 21:00
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A 14 días de haber ocupado el sillón municipal las cosas parecen seguir el mismo rumbo en la comuna limeña. ¿Cuánto hay que esperar para ver cambios? ¿100 días? ¿4 años? Quizá toda una vida no sea suficiente; y es que a veces me pregunto: ¿Por qué si todos sabemos cómo están las cosas en nuestro país, incluidas las autoridades que asumen algún cargo, estas no hacen las cosas inmediatamente después de tomar la posición y empiezan a ejercer las encargaturas que se les han otorgado? El país necesita personas capaces y dispuestas a cumplir con los compromisos que la patria demanda, nuestras necesidades son muchas y las personas capaces no son ilimitadas. Cosa distinta lo que ha hecho, por poner un ejemplo, la flamante fiscal de la Nación Zoraida Ávalos Rivera al declarar en estado de emergencia a la institución que representa debido a los últimos acontecimientos que se han suscitado en la coyuntura política actual. Actitudes como esta son propias de personas que tienen la intención de empezar a arreglar en algo el problema que afecta a nuestro país que es como un gordo con obesidad mórbida al que ya es tiempo de ponerlo a régimen.

Entonces, y volviendo al ámbito de la comuna de Lima, ¿por qué se les hace tan difícil a nuestras autoridades brindar un transporte urbano de calidad y a la altura de las necesidades del pueblo peruano? Al fin y al cabo la infraestructura –con actos poco honorables a nivel de gestión y totalmente criticables desde el entorno moral– ya está implementada, entonces la verdad es que no logro entender: ¿por qué la autoridad competente no le exige al consorcio o a la empresa que brinda el servicio que trate al grueso de limeños que se desplaza de norte a sur y de sur a norte de una manera mucho más digna? Cuántas cosas hay que lamentar de un “servicio” que apiña a nuestros conciudadanos como si fueran tubérculos en un costal y no seres humanos dentro de unidades de transporte que lo único que logran que fluya, a cabalidad, es el sudor de la gente –sobre todo ahora que estamos en verano y debido a la poca ventilación con la que cuentan estos “hornos portátiles”– que se encuentran en la necesidad de desplazarse ya que tienen que ir a trabajar o estudiar. Ahora se entiende el hecho de que el rendimiento sea paupérrimo y sobre todo lento, aletargado y cansino ya que nada hay más humillante e indigno que tratar a un ser humano como si fuera una cosa.

Al hablar de la dignidad a lo que nos referimos, y en lo que basamos nuestra reflexión, es a la manera como se han establecido los parámetros para reconocer que las personas son merecedoras de respeto sin importar cómo seamos en realidad; siempre teniendo cuidado de no caer en un exceso de orgullo propio que nos lleve a pensar que tenemos derechos exclusivos por encima de las demás personas. Un exceso de dignidad nos haría pensar que tenemos privilegios y eso sería algo tan lamentable como desdeñable. Recordemos sino las palabras de John C. Maxwell:

Existen dos tipos de orgullo, el bueno y el malo. El “orgullo bueno” representa nuestra dignidad y nuestro amor propio. El “orgullo malo” es un pecado mortal de superioridad que apesta a presunción y arrogancia.

Willy Ramírez Chávarry

Doctor en Derecho, Ph.D. in Business Administration

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