“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”
Queridos hermanos, celebramos hoy el domingo XXIII del tiempo ordinario, y la Iglesia nos ofrece una profunda reflexión a través de la Palabra de Dios. En la primera lectura, del profeta Isaías, nos dirige un mensaje claro: “Decid a los cobardes de corazón, sed fuertes, no temáis. Vuestro Dios viene en persona, traerá el desquite”. Este llamado es para todos nosotros, porque a menudo somos cobardes, temerosos de manifestar nuestra fe y convicciones en una sociedad que nos invita a callar. Isaías nos exhorta a no temer, a tener ánimo frente a nuestra cobardía, porque Dios viene para salvarnos, para liberarnos de nuestras limitaciones y miedos.
Dios promete que “se despegarán los ojos del ciego y los oídos del sordo se abrirán”. Esto significa que seremos capaces de ver y entender las maravillas que Dios realiza en nuestras vidas. A veces, lo más difícil es ver y escuchar lo que realmente importa, pero el Señor nos abre los ojos y los oídos para que podamos reconocer su acción en nuestras vidas. El cojo saltará, el mudo cantará, y brotarán aguas en el desierto, una referencia clara a las aguas del bautismo que nos purifican y nos llenan de nueva vida.
Por eso, respondemos con el salmo 145: “Alaba, alma mía, al Señor”, quien hace justicia a los oprimidos. ¿Y quién nos oprime? El demonio, el mal, que intenta destruir nuestra felicidad y robarnos la alegría. Pero el Señor viene a liberarnos, a abrir los ojos de los ciegos, a enderezar a los que ya se han doblado bajo el peso del pecado y las dificultades. Él quiere abrir nuestros ojos para que veamos las maravillas que nos rodean, incluso en los tiempos difíciles. Sustenta al huérfano y a la viuda, los más pobres y marginados de la sociedad. En tiempos de Israel, las viudas eran las personas más vulnerables, sin medios para salir adelante, pero Dios viene en su ayuda.
La segunda lectura, de la carta del apóstol Santiago, nos ofrece otra enseñanza crucial. Santiago nos habla de dos hombres que entran en una liturgia: uno bien vestido, con anillos en los dedos, y otro pobre y andrajoso. Santiago nos advierte contra la parcialidad, señalando que si tratamos mejor al hombre bien vestido y despreciamos al pobre, no estamos actuando de acuerdo con la voluntad de Dios. Dios ha elegido a los pobres para ser ricos en la fe y herederos del Reino. Sin embargo, nosotros a menudo rechazamos al pobre, lo ignoramos o lo juzgamos. Pero, hermanos, los pobres son un recordatorio de nuestra propia pobreza espiritual, de nuestra necesidad de Dios. Dios los ha puesto en nuestro camino para salvarnos a nosotros también, para enseñarnos el valor de la fe y la verdadera riqueza del Reino de los Cielos.
El Evangelio de hoy, tomado de San Marcos, nos cuenta cómo Jesús, atravesando la Decápolis, entró en ciudades paganas y se encontró con un hombre sordo que apenas podía hablar. Le pidieron a Jesús que impusiera sus manos sobre él. ¿Y qué hizo Jesús? Metió los dedos en los oídos del hombre y con su saliva tocó su lengua. Este gesto simbólico nos muestra que muchas veces no podemos oír ni hablar porque estamos cerrados a la acción de Dios. No sabemos escuchar su Palabra ni hablar bien del otro. Jesús, mirando al cielo, suspiró y dijo “Effetá”, que significa “ábrete”. Al instante, los oídos del hombre se abrieron, su lengua se soltó y comenzó a hablar sin dificultad.
Jesús les mandó que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, más lo proclamaban. “Todo lo ha hecho bien”, decían. Jesús abrió los oídos de los sordos y soltó la lengua de los mudos. Esto es lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros: abrir nuestros oídos para que podamos escuchar su Palabra y soltar nuestra lengua para que podamos hablar bien, para que podamos dar testimonio de su amor y bondad.
Hermanos, esto es lo que el bautismo y el catecumenado hacen en nosotros: nos abren los oídos y nos dan una nueva lengua, no solo para hablar bien, sino para que nuestra vida tenga sentido, para que vivamos en la felicidad que Dios quiere para cada uno de nosotros. Jesús nos libera de todo lo que nos impide escuchar su voz y nos capacita para comunicar su mensaje de vida y salvación a los demás.
Que este espíritu habite en todos nosotros y nos llene de su gracia para que podamos ver, escuchar y hablar con el corazón renovado. Y que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos nosotros y nos acompañe siempre.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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