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¿Tiene sentido estudiar filosofía hoy?

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Fecha Publicación: 26/07/2025 - 20:20
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Aunque nos consolemos larga y dramáticamente sobre el valor trascendental de la filosofía, lo cierto es que los indicios nos indican que estamos ante un decreciente y veloz desinterés por dedicarse profesionalmente a esta disciplina humanística. Claro, hay que diferenciar en qué países sucede a ritmos sobrecogedores este evento que traza una vía de la desaparición inminente de los estudios filosóficos. En los países empobrecidos la caída es desmedida. Además, mientras las universidades siguen, en su mayoría, desfasadas de los nuevos paradigmas y sistemas de creencias, las áreas volcadas a cultivar el conocimiento por sí mismas están ya en una etapa de vegetación. Como si el mundo fuera otro y no tuviera ninguna relación con lo que sucede en sus planes de estudio.
Hay una notoria disminución de la demanda en estudiar esta carrera universitaria y que se vea seriamente como forma de ganarse la vida. Suponiendo, optimistamente, que alguna vez se consideró como una posibilidad real de ser una profesión que requiere toda nación para su desarrollo. Es decir, hay una paradoja vital y metodológica. La filosofía, considerada como uno de los modos más extraordinarios para desmenuzar y cuestionar argumentos autoritarios y, cuya característica, suele ser de una constante y saludable autocrítica, está en una situación incierta y dispersa sobre sus propios horizontes siguientes. Ya no es atractiva como una forma de vivir o, siquiera, como un espacio de reflexiones de magnitudes esenciales. Una de las razones es que la manera de cómo está diseñada más bien acota y constriñe el pensamiento. Lamentablemente, suele estar compuesto por mallas curriculares en la que se ha cedido a la burocracia del razonamiento y a la derrota del aparato crítico. Para algunas escuelas universitarias de filosofía se trata de imitar y repetir las ideas del filósofo de turno o, de aquel que ha sido encumbrado personalmente por el docente como la lumbrera incuestionable del saber. Es lo más cercano al adoctrinamiento, antes que el acercamiento a un proceso de raciocinio intenso y vasto.
Por lo tanto, los responsables de rediseñar la enseñanza y los contenidos son a la vez los causantes de esta cercana y coactiva derrota. Entrampados en sus luchas de poder político, además de una incapacidad de gestionar los recursos y, evidentemente, una inadecuada visión de la importancia de la filosofía para este nuevo orden mundial, la comunidad filosófica implosiona y sus márgenes de acción e impacto son cada vez más reducidos. Se leen a los mismos autores, se predican las mismas ideas, se ataca la disidencia. El filosofar ha sido tomado en las aulas por propagandistas y misioneros. Incluso, aunque se hayan incorporado, de buena fe, cursos de filosofía en instituciones de educación superior, si solo hacen una historia del pensamiento, acumulando datos y frases hechas, como mantras que hay que memorizar, es un síntoma clarísimo de que se ha consumado el desplome de la filosofía. A eso hay que sumarle el sistemático desinterés institucional por colocar a sus estudiantes posibles en el sistema laboral. Como si fuera una condena o un castigo el que hayan elegido optar por una formación profesional humanística. Entonces, la precariedad es la única y humillante consecuencia de haber decidido, con legitimidad y esperanza, dedicar parte de su vida a mejorar el pensamiento. Si esa es la realidad, ni cogito ni sum, hay algo profundamente quebrado e irreparable.

Por Rubén Quiroz Ávila

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