Terrorismo, Guerra de Cuarta Generación
William S. Lind, en su análisis de 1989 sobre la evolución de las guerras, delineó cuatro generaciones que marcan la transformación de los conflictos. La actual Cuarta Generación, encabezada por las “Guerras de Guerrillas” y el terrorismo, lleva los conflictos a niveles donde el enemigo se vuelve casi irrelevante para el atacante, embistiendo a civiles y desafiando las estructuras tradicionales de guerra. Pero, 35 años más tarde, su análisis sigue siendo relevante en un mundo caracterizado por rápidos avances tecnológicos y geopolíticos.
Lind advertía sobre la importancia de anticiparse a los cambios en la guerra, donde la tecnología impulsa la Cuarta Generación con inteligencia artificial, robótica y manipulación mediática, transformando la naturaleza del combate. El terrorismo, con tácticas basadas en ideas, evoluciona usando “la dispersión en el campo de batalla, disminución de la dependencia logística centralizada, énfasis en la maniobra y objetivo de colapsar al enemigo internamente en lugar de destruirlo físicamente”.
En medio de cambios geopolíticos y amenazas transnacionales, la cuarta generación emplea energía dirigida, robótica, inteligencia artificial y capacidad de manipular medios de comunicación para alterar la opinión pública, innovaciones que transforman la naturaleza misma del combate, permitiendo que unidades pequeñas y móviles logren mayor impacto en un campo de batalla disperso.
“Los terroristas utilizan la libertad y apertura de una sociedad libre, sus mayores fortalezas, en su contra. Se mueven libremente dentro de nuestra sociedad mientras trabajan activamente para subvertirla. Utilizan nuestros derechos democráticos no solo para penetrar sino también para defenderse. Si los tratamos dentro de nuestras leyes, obtienen muchas protecciones; si simplemente los derribamos, las noticias de televisión pueden fácilmente hacer que parezcan víctimas.” (Lind W., 1989)
Lind advierte que las armas empleadas para luchar en este nuevo campo de batalla son las ideas más que la tecnología, indicando que tradiciones culturales no occidentales, como las islámicas o asiáticas, podrían dar forma a esta generación donde el terrorismo, con amplios planes de operación, se adapta como precursor de una guerra basada en ideas.
Lind destaca la contradicción entre la cultura militar tradicional de la guerra de primera generación, frente a la naturaleza desordenada del campo de batalla moderno donde los terroristas, utilizan esta contradicción, operando de manera flexible desatando el caos de los conflictos actuales.
El terrorismo de grupos extremistas evoluciona aprovechando las tecnologías para difundir mensajes, reclutar seguidores y llevar a cabo ataques. “La guerra psicológica es un juego que el terrorismo sabe muy bien cómo utilizar”. Las fuerzas terroristas pueden emplear los efectos de sus propias bajas, no uniformadas, mostradas como civiles para transformar sus derrotas militares en victorias mediáticas en la opinión pública.
Las capacidades de seguridad nacional, diseñadas para operar en la legalidad del estado-nación, enfrentan dificultades para luchar contra el terrorismo y su aliado natural, el narcotráfico que opera internacionalmente sin marcos normativos. Atacarlos puede violar la soberanía de otra nación, dificultando su erradicación, sin mencionar la problemática de narcoestados como los latinoamericanos que operan con redes en todo el mundo.
Atacar la cultura enemiga desde dentro y fuera, como en el caso del narcotráfico permite eludir al Estado mismo. Los narcoestados latinoamericanos ven a las drogas como un arma –llamada “el misil balístico intercontinental del pobre”– que debilita al enemigo representado por los odiados norteamericanos. Los compradores son la quinta columna y la droga se convierte en el medio de financiamiento de las mismas guerrillas. En este panorama, se evidencia la complejidad de la guerra contemporánea y la necesidad urgente de una adaptación estratégica y anticipación a los desafíos que presenta.
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