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¿Te pondrás un chip en la cabeza?

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Fecha Publicación: 26/06/2025 - 22:20
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Alexandr Wang, uno de los referentes en el desarrollo de inteligencia artificial, declaró recientemente algo que generó gran controversia: no quiere tener hijos hasta que tecnologías como Neuralink estén listas para conectar cerebros humanos a ordenadores. Su argumento es lógico: si el cerebro humano tiene su mayor plasticidad entre los 0 y 7 años, entonces ese es el momento ideal para implantar una interfaz que le permita aprovechar al máximo las posibilidades de la simbiosis humano-máquina.
No se trata de ciencia ficción. Es una proyección inminente. La IA generativa está evolucionando a una velocidad exponencial, desbordando nuestras capacidades fisiológicas y cognitivas. Frente a este desfase, ¿qué opciones nos quedan como especie? Una de ellas —quizás la única viable para no quedar obsoletos— es unirnos a la máquina. En otras palabras: la simbiosis. Quienes nazcan con estas tecnologías integradas —es decir, quienes desarrollen su cognición en contacto directo con la inteligencia artificial desde la infancia— tendrán una ventaja evolutiva que probablemente les permita superar las limitaciones fisiológicas de nuestros cerebros, como la reducida capacidad para procesar información.
Los nativos de estos chips implantados no solo serán más veloces y eficientes en el procesamiento de información, sino que moldearán sus cerebros de forma diferente. Así como la escritura cambió la estructura del pensamiento humano, o la lectura nos entrenó para el pensamiento abstracto y secuencial, estas nuevas prótesis neuronales transformarán la forma misma en que sentimos, razonamos y actuamos. La conexión permanente con la IA no es solo una posibilidad técnica, sino un cambio antropológico. Se modificarán nuestros ritmos vitales, nuestras formas de comunicación y hasta nuestras ideas sobre la individualidad. El cuerpo humano, que siempre ha incorporado prótesis —desde la lanza de madera hasta el smartphone—, ahora se encamina a una integración total.
Este salto no está exento de riesgos. Una interfaz cerebral que nos conecte a internet plantea dudas inevitables sobre la privacidad, el control y la autonomía. ¿Quién manejará los flujos de información que lleguen directamente a nuestra conciencia? ¿Podrán hackearnos el pensamiento? ¿Se abrirá una nueva forma de desigualdad entre humanos “conectados” y humanos “analógicos”? No hay respuestas fáciles. Pero si revisamos la historia, veremos que cada gran invención —la pólvora, la electricidad, el internet— comenzó como herramienta de poder, muchas veces como arma, para luego democratizarse y mejorar nuestras condiciones de vida.
El ser humano ha demostrado una notable capacidad de adaptación tecnológica. Esta vez no será diferente. Sin embargo, la velocidad del cambio es inédita. Por eso urge prepararnos. No solo desde el desarrollo científico y tecnológico, sino desde la filosofía, la política y la educación. Debemos preguntarnos qué tipo de humanidad queremos ser cuando ya no pensemos con un solo cerebro, sino con uno asistido por redes neuronales artificiales. ¿Seremos más libres o más vulnerables? ¿Más creativos o más dependientes? Lo único seguro es que seremos otra clase de seres humanos.
El futuro se acerca rápido y todo indica que la simbiosis es inevitable. Por eso, debemos decidir cómo vivirla. Cuando ese momento llegue, la pregunta ya no será si ponerse o no el chip, sino si se puede vivir sin uno. ¿Tú qué harías?

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