Sólo lo necesario
Esta era una de las frases que constantemente repetía Félix Filiberto Rojas Talledo mientras, como pintor renacentista, molía y mezclaba tierras y anilinas buscando el color que necesitaba para usar en el cuadro que iba a iniciar o continuar con el que tenía en el atril.
El tema de la frase que traía de lección: no dar cabida al exceso y el desperdicio, viene a la conversación con Vilma Rojas Torres, su hija, pintora, egresada en Artes Plásticas de la Católica con estudios en la Escuela de Bellas Arte de San Fernando, Madrid, mientras vemos un gran tríptico, “el único en el que usé tierras preparadas siguiendo las enseñanzas de mi padre”.
Seguimos conversando y descubriendo al personaje nacido en Lima el 24 de febrero de 1909, interesado en el dibujo y la pintura desde sus días de escolar en el Colegio Santo Tomás de Aquino.
Al terminar secundaria ingresó a la Escuela de Bellas Artes, Daniel Hernández era el director. No estuvo mucho tiempo, dejó el taller y pinceles para empezar a trabajar en el próspero negocio de “Plomería Hidráulica” inaugurado en 1884 por su abuelo Pedro Nicasio Rojas en el 637 de la calle Caridad, Lima.
Trabajó con el abuelo, escribió, viajó por el Perú y creó un afecto por el poblado San Juan de Tantaranche, cercano a Huarochiri.
Dejamos la pintura de Vilma para escuchar que su padre no dejó de pintar. Así es que en 1924, José Sabogal, ya director de la Escuela de Bellas Artes, le ofrece una beca después de ver un cuadro suyo, con tema regional peruano, que se exhibía en la tienda Oechsle.
Pero estuvo más interesado en sus negocios. Recibió en herencia la Plomería Hidráulica que tiempo después vendió y en el 585 de Paruro abrió su tienda de anticuario.
“Fue una época muy buena. Algunas familias de Barrios Altos cambiaban sus antiguas casas por nuevas en San Isidro. Le dejaban sus muebles, espejos, cuadros, vajillas”, continúa narrando Vilma antes de agregar, “con el espíritu de buen negociante y mucha pena vendió el local de la tienda de antigüedades.
Lo compró Moisés Osorio, abrió El Arbolito, restaurante del que lo hizo padrino.
Vilma, me sirve un humeante te muy cargado y unas galletitas picantes, que fueron gol. Y la narración continúa. Llegamos a las anécdotas de Félix Filiberto promocionando entre los toreros que venían a Acho la calidad de los retratos de Diego Goyzueta, fotógrafo de importante trayectoria, que lo había retratado varias veces durante su niñez; de hombre grande le sirvió como modelo para experimentar ubicaciones, intensidades y distancias de los reflectores que usaba en el estudio para sus afamados retratos.
La narración es grata cuando recuerda de los tempranos guitarreos de su padre y los entusiastas comentarios de Felipe Pinglo Alva. Emotiva al evocar el matrimonio de su padre con María Magdalena Torres Carbajal, “su amada”. Tierna y risueña comentando la graciosa imitación que hacía del “pasito Mario Moreno”, aprendido en una película del cómico mexicano.
Antes de tomar el segundo té Vilma ya me contó del gusto que FF tenía por “dirigir la palabra” en los cumpleaños, bautizos y toda reunión familiar en las que comentaba de su más reciente escrito y el nuevo cuadro con tema peruano que tenía pronto a terminar.
Como Vilma es muy conversadora, graciosa, el tiempo no cuenta, más si no uso reloj. Me despedí sin antes decir, regreso por esas fotos de Goyzueta, un dibujo, el cuadro que vio Sabogal y otra taza de té con galletitas picantes.
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