¿Sólo dos semanas de confinamiento domiciliario?
Franklin Delano Roosevelt cinceló una frase memorable, pronunciada en plena Segunda Guerra Mundial: “Primero, permítanme manifestarles mi más firme convencimiento de que, a lo único que deberíamos temer, es…al temor mismo. A ese incalificable, irracional, injustificado terror que paraliza nuestros esfuerzos para convertir una retirada en avanzada.” Esto mantiene sentido sólo cuando el ser humano husmea miedo por lo que fuere. Peor todavía, cuando este miedo se convierte en pánico colectivo. El caso actual donde la sociedad siente miedo –inclusive pánico- ante la sola idea de acabar afectada por el Covid-19. Miedo que se mezcla con sensaciones también negativas, como la pérdida de libertad para desplazarse y la sola idea de pasar dos o tres semanas encerrados en su casa, confinamiento en la mayoría de los casos –los auto empleados, así como los informales- agravado por la angustia de perder sus ingresos para subsistir.
Miedo que se multiplica cuando, como está ocurriendo ahora, las instrucciones del gobierno no son claras; o peor aún son ilógicas, carentes de sentido común y, sin la menor duda, improvisadas. El temor se ensancha cuando, inmersa en el aburrimiento que implica permanecer enclaustrada por decreto, la gente se enchufa a las redes sociales para enviar y/o recibir impresiones, emociones y corazonadas que se multiplican exponencialmente, acabando desfiguradas en rumores que incitan al pánico que puede desembocar en coyunturas serísimas.
Al hablar de instrucciones gubernativas no claras o improvisadas nos referimos, por ejemplo, a aquella tontería de haber limitado a dos semanas la orden de confinamiento domiciliario, cuando no sólo el sentido común sino la ciencia sugieren al menos tres semanas como período aceptable para procurar que el aislamiento personal rinda los efectos esperados de cercenarle el ciclo de vida al virus. Desde el principio el gobierno debió ser responsable y fijar en veintiún días –tres semanas- la orden a la ciudadanía de permanecer en los domicilios. Porque lo más probable –y recomendable- sería que, cuando la gente ya esté contando las horas para que se cumplan las dos semanas propuestas como retención coaccionada, el gobierno prorrogue por una –o quizá otras dos o tres- semanas esas vacaciones obligadas para combatir eficazmente al coronavirus.
Mucho dependerá del índice de multiplicación de los contagios que se registren en los siguientes días, para determinar si en el Perú los efectos de la pandemia Covid-19 tienen similares promedios a los de Italia, China o España que, hasta el momento, son los más numerosos. O si la endémica falta de higiene a la que está sometida, como costumbre, la mayoría de nuestros ciudadanos, aumenta o disminuye aquellos indicadores. Sea lo que fuere, las autoridades todavía no pueden determinar la validez del plazo de dos semanas fijado, cuando menos, apresuradamente. Pero palacio de gobierno debería ir consultando desde hoy a los especialistas qué escenarios esperar en caso necesite ampliar los días de retención domiciliaria, una o dos semanas más. Ahí encaja perfectamente esa frase de Roosevelt: “a lo único que deberíamos temer es…al temor mismo”. Habría que estudiar la forma de difundirla inteligentemente.