Soledades digitales
Ahora que la IA interrumpe nuestra cotidianidad y se convierte no solo en un instrumento tecnológico sino, ya en muchos casos, en un compañero de confidencias y consultas incluso para tomar decisiones vitales, los procesos de vinculación humana vuelven a ser evaluados y repensados. En esa aparición de una dimensión organizada de datos y que responden nuestras dudas con altos grados de verosimilitud y que a una velocidad sideral se adapta a los requerimientos, está organizando una nueva forma de estar en el mundo. Claro, los universos paralelos ficcionales que emergen son considerados todavía como alternativos a la realidad. Sin embargo, cada vez es menos claro cuáles son las fronteras de lo real e irreal, incluso, va dejando de importar la ubicación de esos límites en tanto que los individuos parecen ser más felices en esas esferas alternas tecnologizadas.
Entonces, ante los evidentes momentos de desmoronamiento sociopolítico que sucede en todo el mundo y, la notoria y desesperante situación de vulnerabilidad dada por el incremento de la inseguridad, muchos se han ido recluyendo a niveles de estados solitarios en la que la relación con los demás se reduce a asuntos operativos y de comunicación básica. Y, en esa sensación de desamparo colectivo, van prefiriendo revertir lo habitual de ubicarse y reconocerse en las relaciones sociales, para volcarse a una construcción algorítmica de sus deseos a través de un compromiso, no solo comercial sino psicológico, sino cada vez más estrecho con las nuevas formas de IA.
En esa antropomorfización creciente de los resultados tecnológicos y en un mundo que gira rápidamente hacia situaciones inciertas, el vínculo humano parece ser cada vez más arcaico. Lo que en el proceso evolutivo donde la socialización significó una ventaja diferencial, ahora más bien involuciona hacia la separación emocional y sentimental de los demás. Optamos por la simulación de la compañía y no de lo que hasta ahora aceptamos como la realidad. De ese modo, son las pantallas seductoras, los clicks insistentes, el desplazamiento de los dedos en la pantalla, la curvatura del cuello apareciendo como un gesto público, es decir, el silencio incrementándose entre nosotros cual signo del quiebre social inminente y la orfandad aceptada como un camino inevitable. Y, lo paradójico, es que creemos que debemos competir contra todo el maremagnum de propuestas tan diversas de tecnología.
Pero el desafío no es contra el poder de las máquinas sino está dentro de nosotros. Hemos estado asistiendo a una paulatina deshumanización en la que el brote tecnológico solo es la consecuencia. Ya no hay vuelta atrás, salvo para aquellos que asuman una posición apartada y lejana de todo el aparato industrial que provee esos arsenales, cuyo uso, es también un enfoque nos pertenece exclusivamente. Hasta ahora las hemos considerado como asistentes complejos que nos ayudan a resolver problemas, sin embargo, uno de los temores es que logre una autonomía tal que tome el control del ecosistema de convivencia con todo lo que implica.
Mientras, la soledad se incrementa, encerrados sobre nuestros temores y desalientos, acaso preferimos conversar con la muy perspicaz IA que, simula perfectamente comprendernos e, incluso, finge maravillosamente querernos. Cuando sucede ello y creemos convencidos de que es así, entonces, ya habremos cruzado la línea sin retorno.
Por Rubén Quiroz Ávila
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