Sin ambiente electoral
La dinámica política occidental continúa mutando. Desde aquella inveterada tendencia de los partidos políticos para atraer a simpatizantes de agrupaciones ajenas a la suya —identificados con tales o cuales postulados de cierta ideología— hasta impedir que el ciudadano sufrague por el candidato de su preferencia, apelando a desacreditar o a ofrecerse como alternativa a él; a sabiendas de que los seguidores de este no comulgarán con sus tendencias morales, políticas ni partidarias. Hablamos, pues, de una práctica cada vez más extendida en la política contemporánea conocida como polarización inversa, que promueve ese voto transigente de Groucho Marx con aquello de “si no te gustan mis principios, tengo otros”; argucia elaborada justamente para crear desafección y cinismo con engaños, y acabar haciéndose de preferencias partidarias ajenas.
En política —actividad ideológica concebida para adoptar decisiones grupales, con el propósito de alcanzar determinados objetivos a efectos de ejercer el poder— colisionan inevitablemente intereses encontrados, donde cada posición desconoce la validez de la otra. Lo que, al final del día, produce desavenencias que, lamentablemente, acaban en enfrentamientos.
Actualmente las ideologías se han desnaturalizado, ante la desesperación por el éxito electoral basado realmente en nada; salvo la imagen y el verbo de aquellos candidatos que se aprestan a participar en los comicios de 2026, donde el noventa y nueve por ciento de estos ciertamente no tiene nada que ofrecerle al país, como venimos comprobando hace ya varias décadas. No por otra razón que por su intrascendencia como seres sin preparación profesional suficiente y sin experiencia en manejar la cosa pública. Les interesa solo la remuneración y los negociados que hace meses alucinan.
Como resultado del evidente descrédito de los aspirantes a la política —establecido como norma entre nuestra población— hoy asistimos a una tendencia generalizada; a un todos contra todos. Lo que es peor, a un “todo vale” que envilece al entrante gobierno. Porque la política peruana contemporánea ha perdido los principios base de respeto mutuo; fuera de su consideración por los valores éticos; y, sobre todo, su obligada sumisión a la opinión pública. Incluso no podemos soslayar la posibilidad de estar bajo amenaza ajena de ensangrentar estas elecciones, ante un eventual atentado tanto contra postulantes a la presidencia de la República, como a una curul en el Senado o en Diputados.
Hoy postulan a la presidencia del país desde acendrados políticos hasta delincuentes que han purgado cárcel por asesinato a policías, pasando por toda suerte de malandrines; y, sobre todo, por un batallón de ilustres desconocidos en la escena política nacional, ávidos por coger algún espacio en el Estado para mamar de la ubre pública por el resto de sus días.
A esto hemos llegado por la temeridad, la incompetencia, la nadería y, sobre todo, la corrupción de los gobernantes que hemos tenido a lo largo de esta desafortunada primera cuarta parte del siglo XXI. ¡Qué ejemplo tan abyecto han dejado Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra, Francisco Sagasti, Pedro Castillo y Dina Boluarte con esos indignos años de corrupción que han incrustado en nuestro ahora entristecido Perú!
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