Simbólica política de Fiestas Patrias
Cada año, cuando los peruanos celebramos la independencia, el protocolo gubernamental exige a nuestras autoridades participar de un ceremonial cuyo principal atractivo son los símbolos patrios que resaltan la identidad común que nos une y representa como Estado-Nación. Saber identificarlos, más allá de banderas, escudos y escarapelas, es una de las claves para entender la simbólica política contemporánea.
Un primer acto es participar en el Te Deum, antiguo himno litúrgico de la Iglesia católica, y en Acción de Gracias de las iglesias cristianas evangélicas. Ambos representan actos simbólicos de conciliación y convivencia entre poder político y religioso.
Un segundo acto –y quizás el más importante-- es la rendición de cuentas del gobierno de turno ante el Congreso de la República. El último discurso de Boluarte, por cierto, marcó claramente su posición frente a los opositores, frente a los cuales fue enfática y abiertamente confrontacional. La agenda gubernamental, les guste o no, seguirá siendo resultado de una alianza política entre el Ejecutivo y la Mesa Directiva electa del Legislativo, cuya apuesta es --sin duda— que Boluarte acabe su mandato y entregue la banda presidencial al nuevo presidente el 28 de julio del próximo año.
Lo cierto es que Boluarte ingresa a su último año deslindando tajantemente del grupo político que la llevó al poder. Simbólicamente, ello debe interpretarse como un mea culpa. La mandataria corrigió sus ideas primigenias siendo vicepresidenta de Castillo, y deja muy claro que combatirá las apuestas radicales o autoritarias que promuevan un Estado anárquico. Coincidimos con ella que, en el mundo moderno, la violencia no puede ser un instrumento de transformación social. El reto es combatir narrativas radicales que aprovechan el descontento popular con nuevas narrativas políticas que enaltezcan el orgullo nacional. Discrepamos, por ello, con aquellos que piden autocrítica explícita y pesimismo de la realidad, cuando sabemos que toda sociedad requiere una simbólica política que se construye con narrativas triunfalistas, aunque parezcan relatos evasores. Ejercicio del poder y relatos derrotistas son incompatibles.
Un tercer acto es la parada cívico-militar, donde la celebración independentista fusiona la participación de fuerzas armadas, gestores públicos y sociedad civil en un desfile de reverencia a los símbolos patrios de nuestra peruanidad. Este despliegue de bailes y desfile militar busca recordarnos –y es fundamental para la democracia— la subordinación de las fuerzas armadas ante la autoridad civil.
Lo cierto es que, al celebrar las fiestas patrias, los peruanos debemos sentirnos orgullosos de lo que nos hace únicos. No podemos reducir la simbólica política de la patria a un recuento de logros de gestión. La celebración de la independencia es mucho más que un discurso presidencial. Es recordarnos que las autoridades no deben jamás renunciar al ejercicio de su mandato. Boluarte, nos guste o no, cumplió un rol histórico. Nada justifica la crítica destructiva contra el Estado-Nación. Mucho menos el absurdo pedido opositor de que Boluarte guarde silencio sobre el significado de su propio mandato. Es un derecho que tiene todo gobernante de turno.
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