Siete años
Llegué al diario con la intención de escribir una columna política. Eso le manifesté a mi amigo Willy Ramírez, cuando me comentó sobre la posibilidad de escribir aquí. Y eso fue lo que le solicité a Antonio Ramírez Pando, director de Expreso. Willy tuvo la gentileza de llevarme a la oficina para presentarme a Antonio. Yo quedé impresionado con la sala de redacción y las rotativas. Luego de leer mi CV, Antonio sentenció: “En política, saldrías una o dos veces al mes, por tu perfil, mejor escribe en la página cultural”. Me quedé en silencio cinco eternos segundos. “Y con qué periodicidad me publicaría”, pregunté. “Si quieres, todos los días”. “Y desde cuándo”, volví a preguntar.
“Si envías ahora, desde mañana”. Lo miré a Willy, Antonio también observó a Willy, luego miraron la sala de redacción, y al unísono: “Escribe”, señalando una de las máquinas. Yo me puse de pie y me dirigí como quien acepta un reto, rumbo a una de las computadoras. La última vez que estuve en una sala de redacción fue a los 13 años, en “El Tiempo” de Piura. En aquel entonces nunca había visto una computadora. Por eso cuando el periodista me preguntó si había llevado mis poemas en un disquete, le dije que no sabía qué era un disquete. “Los tengo aquí en mi cuaderno, si me dice dónde tipearlos, los tipeo ahora mismo”. “Elige una computadora”. Yo me levanté rumbo a una de esas máquinas blancas de pantalla negra que tenía por primera tan cerca, observé detenidamente su teclado, lo comparé con el teclado de mi máquina de escribir, vi que las letras estaban en el mismo orden y volví a preguntar: “Dígame con qué tecla separo las palabras y con cuál paso al siguiente renglón”. Así aprendí la función de la barra espaciadora y así conocí el “enter”.
Veintidós años después, estaba de nuevo en una sala de redacción con el tiempo en contra para entregar lo que sería mi primera columna de un momento que capturaría un año y medio de mi vida escribiendo todos los días. Aquella tarde escribí sobre Carlos Calderón Fajardo, aquel enorme narrador, amigo de sus amigos, aquel señor que me confío el cuidado de la edición de su saga sobre Sarah Ellen. “300 palabras”, pidió el director, y yo estaba allí golpeando el teclado haciéndome de esas trescientas palabras como quien responde a un examen: la prueba que determinaría mi incorporación a Expreso. Han pasado siete años desde aquel lejano 2015. Gracias por la oportunidad, querido Antonio. Escribir en Expreso, tener esta columna en su página cultural, es una de las experiencias más gratas de mi vida. Aquí aprendí que la guerra es contra el tiempo y que no hay mejor tema que aquellos a los que se aborda con la pasión de quien tiene claro que el reto es derrotar la fugacidad de una opinión, el lenguaje de la doxa, porque de lo que se trata es de alcanzar el control epistémico, la lógica, la construcción de conceptos.
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