¿Sesiones espiritistas?
“Y se escuchaban voces del más allá”. Es una frase muy común cuando vemos sesiones de espiritismo por televisión, pero en el caso de nuestra columna de hoy, también la podemos usar para referirnos a las sesiones virtuales que realizan las Comisiones y, además, a las del pleno del Congreso.
Por ejemplo, ayer vimos a la presidenta de la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales sola en el hemiciclo del Congreso, ya que el quórum para que la sesión se realizara estuvo conformado por los “espíritus” de los congresistas conectados por una computadora y sin el video encendido. Esto nos lleva a pensar que, en realidad, no podrían ser ellos los que estaban detrás de la pantalla, ¿no?
La virtualidad en el Congreso llegó en la época de la pandemia y fue aplaudida por la población, ya que permitió que el Parlamento siguiera funcionando, aprobando leyes necesarias para afrontar la crisis social generada por el virus. Sin embargo, han pasado ya varios años, y nuestro Congreso sigue funcionando como si la normalidad no hubiera llegado aún al planeta.
Uno de los principales pilares del funcionamiento del Parlamento es la presencialidad, por varias razones. Primero, la población quiere ver a sus representantes sentados en sus curules trabajando. Segundo, la política debe ser transparente y no estar detrás de una pantalla. En tercer lugar, la presencialidad mejora el feedback de la comunicación verbal y no verbal, haciendo que los mensajes y las sustentaciones de las posiciones políticas lleguen de forma adecuada a la población y que se note la persuasión del discurso. En cuarto lugar, permite que los procesos de negociación se realicen con rapidez, resolviendo dudas que puedan surgir durante los debates. Y, en quinto lugar, fortalece la institucionalidad, manteniendo el debate público, que es fundamental para la legitimidad del sistema.
La virtualidad debe usarse en casos extremos, como por ejemplo temas de salud o cuando un parlamentario se encuentra en viaje oficial fuera del país. Sin embargo, no debe convertirse en una práctica habitual, ya que genera críticas, reduce aún más la popularidad del Parlamento y deslegitima el sistema democrático.
En este nuevo año, el Congreso debe normar de manera eficaz el uso de la virtualidad y considerarlo en los proyectos de reglamentos del Senado y de la Cámara de Diputados, para evitar excesos en el futuro y con ello ir recobrando la imagen que tanta falta le hace a nuestro Parlamento nacional.
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