“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”
Queridos hermanos, estamos en el Tercer Domingo de Pascua. Como sabéis, entre los cristianos se anuncia con alegría: “Cristo ha resucitado”, y se contesta: “Verdaderamente ha resucitado”.
La primera palabra que nos da la Iglesia es de los Hechos de los Apóstoles. Allí se nos cuenta que el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles, diciéndoles: “¿No os habíamos prohibido hablar en nombre de Jesús?” Y los apóstoles le respondieron con claridad: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.”
El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis clavándolo en un madero. Es importante esto: nos anuncian el kerigma. Ese anuncio también es para ti: tú has matado a Jesucristo, y aun así, Él te ofrece la reconciliación.
No se trata de que tengas que pagar algo, sino de que experimentes su misericordia y el don de perdonar. Por eso es tan importante anunciar el Nombre de Jesús hoy, porque despierta la misericordia y trae paz al corazón.
No podemos callarnos. Si nosotros no predicamos a Jesucristo, el mundo se suicida, porque pierde el sentido de la vida. Obedecer a Dios antes que a los hombres es hoy más urgente que nunca.
Por eso, respondemos con el Salmo 29: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.” Es decir, el Señor nos libra del enemigo, que es el poder del demonio.
La segunda lectura, del libro del Apocalipsis, nos muestra una visión gloriosa: Juan escucha una voz potente, el canto de muchos ángeles que decían: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.”
La alegría y la alabanza nacen porque el Cordero —Jesucristo— nos ha quitado la piedra que nos oprimía, que es el demonio. Ese Cordero que está sentado en el trono es el único que tiene el poder para liberarte a ti y a mí de nuestros pecados. Él es quien posee el sello de la vida.
En el Evangelio según San Juan, se narra cómo Jesús se aparece a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Pedro dice: “Me voy a pescar.” Pero no pescaron nada, es decir, estaban fracasando, frustrados.
Entonces aparece Jesús y les dice: “Muchachos, ¿tenéis algo de pescado?” Y les invita a echar las redes a la derecha de la barca. Cuando lo hacen, capturan una multitud de peces. El discípulo amado reconoce al Señor y dice a Pedro: “¡Es el Señor!”
Pedro, que estaba desnudo, se ciñe con una túnica y se lanza al agua. Este gesto es muy profundo: la desnudez representa nuestra fragilidad, y la túnica simboliza el bautismo, la intimidad con Cristo.
Los apóstoles recogen 153 peces grandes, y aunque eran tantos, la red no se rompió. Esta es la tercera vez que Jesús se aparece a los discípulos después de resucitar.
Jesús entonces interpela a Pedro tres veces ¿Dónde no quería ir Pedro? A la cruz. ¿Dónde no queremos ir tú y yo? A obedecer, a entregar nuestro tiempo, nuestra vida. Podríamos estar haciendo cualquier otra cosa un domingo, pero seguimos al Señor.
El Evangelio concluye diciendo que así iba a morir Pedro, para gloria de Dios, y Jesús le dice: “Sígueme.” ¡Qué maravilla! Todos los apóstoles habían traicionado a Jesús, pero luego todos dieron la vida por Él. Pues bien, hermanos: ¿Tú quieres dar la vida por Cristo? ¿Quieres anunciar el Evangelio, la Buena Noticia de que Cristo está resucitado y tiene poder sobre tu vida? Eso es lo que te deseo.
Y que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos vosotros.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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