«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero»
Queridos hermanos
Estamos en el tercer domingo de Pascua que en la Iglesia se llamaba “Domingo de Júbilo”. Durante este tiempo después de Pascua, Jesús se aparece a los discípulos. Estas apariciones de Jesús son importantes porque son garantías de su Resurrección, por eso cada día hasta Pentecostés es considerado en la Iglesia como domingo, como un solo día de fiesta, donde la alegría cristiana se manifiesta en la caridad, la fraternidad y la alabanza desbordante de la celebración comunitaria de la fe. La primera palabra de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a los apóstoles como testigos de la Resurrección del Señor y anuncian el Evangelio, les habían prohibido hablar y enseñar en nombre de Jesús. Pedro, frente a esto, contesta: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quién vosotros matasteis colgándolo de un madero”. Pero la diestra de Dios lo exaltó, “testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen”. Y azotaron a los apóstoles y les prohibieron hablar en el nombre de Jesús.
Es muy importante ver que toda la Iglesia, la comunidad primitiva, era testigo de la resurrección y por eso adoran al cordero degollado, es decir al que cargó con todos nuestros pecados. Hemos matado a Jesús, hemos matado al Mesías y esta Palabra nos llama a la conversión. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres en esta situación que estamos viviendo en Perú, de dificultades, de descomunión, Dios nos ha investido de la misión apostólica, del anuncio del amor de Jesucristo, tan importante cuando hay tanta descomunión en nuestro pueblo; solo Jesucristo puede crear la comunión.
Por eso respondemos con el Salmo 29: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Escucha Señor y ten piedad de nosotros”.
La segunda Palabra es del libro del Apocalipsis donde nos hace presente quién es este Jesús. Este Mesías es el Digno Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Este es Jesús, el Hijo de Dios que se ha dejado crucificar para la redención del hombre.
El Evangelio de San Juan dice: “Jesús se apareció a los discípulos junto al lago de Tiberíades”. Es importante esta aparición de Jesús al alba, donde la biblia indica con frecuencia las intervenciones extraordinarias de Dios; como aparece en el libro del Éxodo en la vigilia matutina. Al alba, María Magdalena y las demás mujeres fueron al sepulcro donde encontraron a Jesús Resucitado. Por eso hermanos es importante levantarse al alba, salir al encuentro de nuestro Señor. Pedro dijo: “me voy a pescar”.
Pero aquella noche no cogieron nada. También nosotros en nuestra noche no cogemos nada, no encontramos más que muerte, desesperación. Somos un pueblo que no tiene esperanza. Hermanos, echemos las redes, como dice Jesús, a la derecha de la barca y encontraremos peces. Dice la Palabra: “La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces”. Pedro, reconociendo al Señor, y estando desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Esta palabra nos invita a seguir a Jesucristo Resucitado, que tiene poder para dar sentido a nuestra vida y echar las redes a tantos jóvenes que están esperando una Palabra para entrar en la Iglesia y seguirle a Él.
¿Qué significa está invitación de echar las redes? Creer en Jesús y fiarse en su palabra, seguir con fe sincera y firme. “Bogar mar adentro – decía San Juan Pablo II – y no tengáis miedo de ir hacia el mar, Dios nos ayudará”.
Hermanos es muy importante organizar una pastoral vocacional, que ayude a los jóvenes a encontrar el verdadero sentido de la vida, que está en Jesucristo. Lo fatigoso y lo estéril de la pesca nocturna es hacerlo con nuestras pocas fuerzas, sin la gracia divina; sin ella nuestro trabajo es estéril. Termina el Evangelio diciendo: Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.», le pregunta tres veces. A la tercera vez entristecido respondió Pedro: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”; tú sabes mi historia, tú sabes mi pobreza.
Y Cristo responde: “Apacienta mis corderos. Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a dónde querías, pero cuando seas viejo extenderás las manos y otro te ceñirá y te llevará donde tú no quieras”. Hermanos, llevemos a nuestro pueblo al cielo, esa es nuestra misión.
Que el Espíritu Santo nos dé garantías fundadas de su resurrección.
+ Con mi bendición apostólica.
Mons. José Luis del Palacio Obispo E. del Callao