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"Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna"

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Fecha Publicación: 24/08/2024 - 20:40
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Queridos hermanos, estamos ante el domingo XXI del tiempo ordinario. ¿Qué nos muestra la Iglesia a través de la palabra de Dios? La primera lectura proviene del libro de Josué, capítulo 24, donde se nos presenta una confesión del pueblo de Israel. Josué plantea una elección crucial: servir a los dioses paganos o al Dios que los liberó de la esclavitud en Egipto y los condujo hacia la libertad. Es una confesión muy hermosa, en la que, en nombre del pueblo de Israel, Josué declara: “Yo y mi casa serviremos al Señor”. El pueblo responde con firmeza: “Lejos de nosotros abandonar al Señor nuestro Dios para servir a otros dioses extranjeros. El Señor es nuestro Dios; Él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud. Nosotros serviremos al Señor porque Él es nuestro Dios”. Esta declaración es, en esencia, un credo, una afirmación de fe por parte del pueblo de Israel.

Hermanos, esta lectura nos invita a reflexionar sobre a quién queremos servir. ¿Al Dios que se ha revelado en Jesucristo, o a los ídolos de este mundo? Por eso, respondemos con el Salmo 33: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. Este salmo nos recuerda la bondad de Dios en nuestra historia, una bondad tan grande que nos ha corregido, educado e inculcado los valores del Reino de los Cielos y los frutos del Espíritu Santo. El Señor se enfrenta a los malhechores, que a menudo somos nosotros mismos, y nos salva cuando estamos abatidos. El salmo continúa diciendo: “El Señor redime a sus siervos; no será castigado quien se acoge a Él”. Por eso, hermanos, es importante recordar y meditar sobre nuestra historia de salvación, la cual a veces olvidamos.

La segunda lectura que nos ofrece la Iglesia es de la carta de San Pablo a los Efesios, donde nos invita a ser sumisos unos a otros. Ser sumiso no implica una actitud machista, sino una sumisión mutua en Dios. San Pablo nos dice que el esposo debe amar a su esposa como Cristo amó a su Iglesia, y así como el esposo se somete a Cristo, la esposa debe someterse a su esposo. Este pasaje nos invita a considerar la relación entre hombre y mujer desde la perspectiva de la nueva creación en Cristo. Es un llamado a elevarnos por encima de nuestros egoísmos y recibir el Espíritu Santo, para poder ser crucificados con Cristo y vivir en unidad. “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos serán una sola carne”. Este es el gran misterio que ofrece Cristo: ser uno en Él. Esta unidad es un regalo gratuito de Dios, una obra de su gracia.

El Evangelio de hoy, tomado de San Juan, nos presenta una escena difícil. Jesús está hablando a sus discípulos, y muchos de ellos encuentran sus palabras inaceptables. Jesús les dice: “El espíritu es el que da vida; la carne no sirve de nada”. A menudo, buscamos los frutos de la carne en lugar de los frutos del espíritu. Jesús, viendo la confusión y el descontento entre sus seguidores, pregunta: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Es entonces cuando Pedro, en nombre de los discípulos, responde con una de las afirmaciones más poderosas de fe en todo el Evangelio: “¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.

Es importante destacar que, aunque Pedro y los demás discípulos hicieron esta confesión de fe, Judas también estaba presente. Judas había presenciado los milagros y señales de Jesús, había sido testigo del amor de Dios, y aun así, lo traicionó. Este pasaje nos invita a reflexionar sobre la fidelidad y la confianza en Dios, incluso cuando enfrentamos dudas o incomprensión.

Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos nosotros y nos acompañe siempre.

Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao

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