¿Se pueden prevenir los desastres?
En los meses de verano de todos los años, se producen lluvias torrenciales, desborde de los ríos, caída de aguas en las quebradas y avalanchas de lodo y piedras (huaicos), en distintas zonas del país, que no debieran sorprendernos. Sin embargo, hasta ahora no es posible que nos encuentren preparados para evitar los daños materiales y el número de víctimas, muchas de ellas mortales.
Estos eventos naturales en la costa norte y la sierra sur, son de mayor o menor intensidad, dependiendo de si se produce o no el fenómeno El Niño, por el calentamiento de las aguas del mar. Este año, el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrografía (Senamhi) ya vaticinó que las lluvias serán intensas y que se extenderán hasta el mes de marzo.
Las regiones del sur del país –Tacna, Moquegua y Arequipa–, así como las del norte –Tumbes, Piura y Lambayeque–, ya están sufriendo los embates del fenómeno lluvioso de 2019. Oficialmente, se han reconocido 10 víctimas mortales en el sur, y en Carmen de la Frontera, distrito de la provincia de Huancabamba en Piura, el fallecimiento de tres mujeres: madre, hija y nieta, como consecuencia de la caída de un huaico.
Si las lluvias son previsibles, ¿por qué el Estado no es capaz de prevenir las obras y acciones pertinentes para paliar las consecuencias de este fenómeno estacional? “¿Será porque no puede, no sabe o no quiere?”, diríamos parafraseando la teoría de mi profesor Alcázar. Alguna causa tiene que haber, y de fondo, para que “siempre” esta visita nos encuentre “en pijama”.
Si el Estado “no puede” trabajar adecuadamente coordinando acciones para paliar las consecuencias de los fenómenos de este tipo, sin duda es porque su estructura es elefantiásica: enorme y lenta. Los niveles de gobierno no son capaces de dialogar ni entenderse para encontrar soluciones; sino más bien se ponen cabes sin querer, o queriendo y así, por muy importante que sea el presupuesto asignado –de S/ 3,152 millones para el primer mes de 2019 y S/ 7,000 millones para todo el año– las obras no se acaban a tiempo y, lo que es peor, se realizan mal.
Si el Estado “no sabe”, será porque no es capaz de coordinar con los colegios profesionales, las universidades y la empresa privada, que tienen los recursos del conocimiento y del buen hacer. “Obras por impuestos” es una buena alternativa, pero debe ampliarse a otras organizaciones que muy bien pueden colaborar con su experiencia.
Si el Estado “no quiere” –y podría no tener voluntad– sin duda las “sinrazones” son el cálculo y cuquería política que en lo único que piensan siempre es en el resultado de las encuestas de popularidad y en la conveniencia de las próximas elecciones. Es por eso que los tiempos de las obras no son los tiempos de la oportunidad para paliar las consecuencias de los desastres, sino los tiempos del calendario electoral.
La ciudad de Piura, por ejemplo, desde el desastre de 1983 –hace ahora 36 años– necesita a gritos su desagüe pluvial. Pero no lo tuvo en 1993, cuando otro fenómeno del Niño la arreció; ni tampoco el año pasado, cuando el desborde de las aguas del río Piura inundó hasta la Plaza de Armas y dejó sin vivienda a muchos habitantes de céntricas calles y urbanizaciones. Y sigue sin tenerlo.
“Mejor prevenir que curar” dice la frase popular. A ver si de una vez por todas, la llevamos de las palabras a los hechos.