“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”
Queridos hermanos, estamos ante la fiesta de la Santísima Trinidad. Después de haber recibido el Espíritu Santo, ¿qué es el Espíritu Santo? Como hemos dicho, es el Espíritu del Padre y del Hijo, el Espíritu de Dios hecho persona.
Por eso, en esta festividad, la primera lectura es del Deuteronomio, que nos dice: “¿Hubo jamás de un extremo del cielo hasta el otro palabra tan grande como la que yo te he dirigido? ¿Se oyó cosa semejante que hayas oído tú y hayas sobrevivido hasta el día de hoy?” Por eso, Dios ha actuado en el pueblo de Israel con hechos y con historia. Este Dios que se ha manifestado no es comparable con ninguno de los dioses, es único.
Por eso, hermanos, estamos celebrando esta unicidad de Dios: tres personas distintas y un Dios único acampado en medio de nosotros. Este Dios se ha hecho carne y su Espíritu está en medio de nosotros. Medita, por tanto, en tu corazón que este único Dios, allá arriba en el cielo, no está solo, sino que vive en comunidad.
Respondemos con el Salmo 32: “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor”. Porque la palabra del Señor es sincera, nos lleva a la sinceridad y a la autenticidad, porque Dios es auténtico. La sinceridad expulsa y exorciza al demonio, es decir, exorciza la mentira. Por eso, el amor que Dios nos ha dado exorciza el miedo, ese miedo que tenemos de por vida es exorcizado por el amor que siempre trae la verdad. La palabra del Señor hizo el cielo y la tierra.
La segunda lectura que nos ofrece la Iglesia es de San Pablo a los Romanos: “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”. ¿Qué es un hijo de Dios? Es aquel que tiene el Espíritu de Dios. No todos los hombres tienen el Espíritu de Dios. Por eso, una cosa es ser hijo de Dios y otra cosa es ser criatura de Dios. Hijos de Dios son los cristianos porque tienen la naturaleza de Dios. ¿Y qué hace este Espíritu en los cristianos? Los hace gritar desde el fondo de su corazón: “¡Abba, Padre!”, es decir, experimentar la paternidad de Dios. Somos hijos de Dios, somos herederos de Dios. ¿Qué vas a dejar de herencia a tu hijo, a tu familia? ¿Plata, dinero, cuentas, coches, propiedades? Eso es demasiado poco. Déjale la herencia de Dios.
La tercera lectura que nos ofrece la Iglesia es del Evangelio de San Mateo, donde dice que los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y Jesús les dijo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos”. Es muy importante ir y hacer discípulos, es decir, transmitir este espíritu gratuito y hacer discípulos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.
Es importantísimo tener este Espíritu de Cristo, y esto se hace a través del catecumenado. Hermanos, quienes reciben este Espíritu Santo hacen catecumenado y verán que reciben gratis el Espíritu Santo. Este es el camino que tenía la Iglesia primitiva para llegar a ser cristiano. Por eso, decía Juan XXIII y Pablo VI: “Retornemos a los orígenes donde está fundada la Iglesia”. Los orígenes están en ese espíritu y en ese camino que te lleva a ser cristiano, es decir, el camino del bautismo y del catecumenado. Porque Jesús dijo: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Es importante esta palabra: estar con nosotros hasta el fin del mundo, es decir, nos ayuda, nos complace y nos da su gracia hasta el fin del mundo. Pues bien, hermanos, esto es lo que yo os deseo en esta fiesta del fruto de Pentecostés, que es la Trinidad. A quién estamos siguiendo es a un Dios trinitario que acampa y pone su tienda en medio de nosotros. Que esta gracia que está en la Iglesia Católica te ayude a descubrir que podemos amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos. Y que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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