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Sawubona

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Fecha Publicación: 18/04/2023 - 22:30
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Un miembro de una de las tribus del Natal, en África, llega a la casa de un amigo y cuando le abren la puerta, junta las manos en señal de bendición pero no dice nada. Su amigo, desde el interior, lo saluda en voz alta: Sawubona. El visitante le responde: Shikova; términos ambos del dialecto zulú que significan: "Te veo, eres importante para mí” y "Entonces, yo existo para ti".

"Yo te veo" es visibilizar al otro, aceptarlo, valorarlo tal cual es, con sus virtudes y defectos, distinguirlo entre la multitud de miembros de la tribu, conformada por personas vivas y únicas pese a sus semejanzas y diferencias y no por seres solitarios y anónimos que en nuestra modernidad aparecen y desaparecen sin que nadie, o casi nadie, se dé cuenta.

Roland Barthes, el gran crítico literario francés, se pregunta en su ensayo El Mundo Objeto, cuál es el numen del hombre, es decir, en dónde y en qué parte de él se cifra todo su misterio y su grandeza. Y nos responde: en la mirada. Los rostros de los campesinos de los cuadros holandeses del siglo XVIII son apenas manchas, borrones, esbozos de caras. En cambio, los burgueses miran imperiosamente y así cuentan la historia de ese siglo con sus características de clase.

“En ese mundo patricio, totalmente feliz, dueño absoluto de la materia y visiblemente desembarazado de Dios, la mirada hace surgir un interrogante propiamente humano y propone una reserva infinita de la historia.” De esos cuadros y de esa reflexión, Barthes concluye con una definición: “la historia es una mirada que dura.”

En nuestra cultura, rara vez nos miramos a los ojos al saludarnos. Convertido en un ritual moderno, hola, qué tal, no significa nada. Abrumada por el tiempo, o por lo que el tiempo significa para ella, la persona saluda para “quedar bien”, “no desentonar”, encajar en ese ritmo de prisas y de angustias en el que discurre la vida.

El zulú ve y por lo tanto "mira" al otro en su pequeñez y en su grandeza, en su júbilo y en su dolor, en su diario laberinto, de tal manera que lo visibiliza a los ojos de los otros, de la comunidad, cuya intervención es fundamental para resarcir los daños y las heridas. Individuo y comunidad enlazados por una mirada que se contesta con otra mirada y la palabra sanadora: yo existo para ti. Los zulúes creen que existen sólo porque los demás los ven.

Cuando un zulú cometía una falta grave, la comunidad lo citaba a la plaza principal del pueblo y se formaba en círculo alrededor de él, saludándole repetidas veces durante horas: Sawubona, Sawudona… y recordándole sus buenas obras, sus consuelos, sus virtudes, para que se sanaran él y todos los agraviados. Y, entonces, el zulú volvía a existir.

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