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Santos Chocano y las dictaduras organizadoras

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Fecha Publicación: 02/08/2025 - 21:10
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José Santos Chocano (1875-1934) nació en Arequipa. Desde muy joven se convirtió en un exponente mundial de la poesía modernista junto con Rubén Darío. Es debido a su relevancia literaria y a lo polémico de sus ideas políticas, muy influenciadas por el “positivismo”, que estas han sido muy poco estudiadas.
Luego de varios periplos diplomáticos por la América hispana, en 1909, Chocano se convirtió en un estrecho colaborador del gobernante guatemalteco Manuel Estrada Cabrera (1898-1920) recordado por la novela “El señor presidente” del escritor Miguel Ángel Asturias.
En la “belle epoque” iberoamericana hubo una polémica silenciosa entre el “positivismo” francés heredero de Auguste Comte y el “evolucionismo” inglés seguidor de Herbert Spencer. Si bien es cierto que ambas son corrientes materialistas y tienen puntos en común, como hizo notar Ángel Cappelletti, ellas no son lo mismo. En un punto donde se puede observar divergencias notables es en la política. Así, por ejemplo, los positivistas proponían el cesarismo centralista en tanto los evolucionistas admiraban el parlamentarismo partidista.
Entre estas opciones Chocano optó por la primera y se convirtió en un defensor de los cesares criollos que a la manera clásica recusaban al patriciado oligárquico de los trópicos. De los dictadores ilustrados que a la usanza neoclásica ejercían un gobierno benéfico para el pueblo, pero sin el pueblo. Entre ellos destacaban Porfirio Díaz (1876-1911) que bordaba con rieles de acero el territorio mexicano; un Zelaya (1893-1909) que anudaba con hilos telegráficos a Nicaragua, o Juan Vicente Gómez (1908-1935) que cubría Venezuela con cintas de asfalto y que inspiró el “Cesarismo Democrático” (1919) de Laureano Vallenilla Lanz (1871-1936).
Así mismo la poderosa voz de Chocano se levantaba contra las seudodemocracias parlamentarias como en el Brasil de los terratenientes llamados “coroneles” (1889-1930), la Argentina de los estancieros (1890-1930), la Colombia de la oligarquía rural (1899-1930), la Bolivia de los barones del estaño (1898-1930) o el Chile (1891-1920) surgido de la “Fronda Aristocrática” que nos narra Alberto Edwards (1874-1932).
Luego de vivir múltiples aventuras políticas, incluso sumándose a la revolución mexicana junto Pancho Villa y Venustiano Carranza (1915), regresó a la Guatemala de su amigo Estrada Cabrera. A la caída de este en 1920 paso prisión por su lealtad y estuvo a punto de ser fusilado por los golpistas, pero una corriente internacional de intelectuales lo salvo del paredón.
En 1921 regresó al Perú de Leguía y, en noviembre de 1922, recibió una corona de oro de la Municipalidad de Lima por su obra literaria. Ese mismo año publicó el texto que sintetizó su ideario cesarista: “Las dictaduras organizadoras” donde afirma: “Sólo hay dos formas de gobierno: el gobierno de la fuerza o el gobierno de la farsa. En nuestra América tropical se tiene que escoger entre el gobierno de la fuerza organizadora o el gobierno de la farsa organizada”.
En 1924 el centenario de la batalla de Ayacucho fue el escenario propicio para la consagración del ideario cesarista de Chocano. En aquella esplendida fiesta patriótica, su gran amigo, el laureado poeta argentino Leopoldo Lugones (1871-1938) pudo ofrecer su famoso discurso “La Hora de la espada” que concluye con un alegato cesáreo a favor de un: “jefe predestinado, es decir un hombre que manda por su derecho de ser mejor, con o sin ley, porque ésta, como expresión de potencia, se confunde con su voluntad.”
Estos alegatos políticos generaron la resistencia de algunos escritores del continente como José Vasconcelos (1882-1959) quien fue seguido por una nueva generación de jóvenes vanguardistas como el peruano Edwin Elmore. La muerte violenta de Elmore en un altercado con Chocano en la puerta del diario El Comercio en 1925 ensombreció el debate sobre las dictaduras ilustradas durante un siglo y, tras la extraña muerte de Chocano, también de forma cruenta, durante su exilio de Chile en 1934 cayó un velo de silencio sobre unas tesis políticas recurrentes en nuestra historia.

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