ÚLTIMA HORA
PUBLICIDAD

Roma y algunas reflexiones sobre el aburrimiento

Fecha Publicación: 01/02/2019 - 21:20
Escucha esta nota

El entretenimiento, si bien no se relaciona con la calidad —bastará observar la lista de los programas de televisión más vistos para demostrar este punto—, es un tema de interés para un creador de historias. Julio Ramón Ribeyro temía que el interés del lector decaiga si escribiera una novela. Así lo dice en el célebre Dichos de Luder: “(…) si corro maratón, me expongo a llegar al estadio cuando el público se haya ido”. El gran enigma consiste en qué es lo entretenido.

Roma, dirigida por Alfonso Cuarón, ha ganado el León de oro del Festival de cine de Venecia, ha sido nominada a 10 premios Oscar (incluye Mejor Película y Mejor Película Extranjera), lo cual ha entusiasmado a muchos. Sin embargo, se ha criticado la lentitud de la narración y la trama convencional, es decir, se la acusa de  aburrida. Esto, en principio, no es un demérito, pero inquieta. Cuarón, tal vez, nos propone un concepto de entretenimiento poco acostumbrado, lejos de efectos especiales, situaciones improbables solucionadas por personajes supra humanos. El aspecto visual, por ejemplo, es imponente. El calmo movimiento de la cámara llena de información al espectador: cómo es la casa de una familia acomodada, el vértigo de una manifestación violenta o el caos de un hospital; la cámara inmóvil enfatiza el dolor de una mujer que no fue madre, porque su hijo nació muerto; los contrastes: el blanco y negro inicial no es solo para una fotografía exquisita, representa las oposiciones de dos sectores socioeconómicos al enfrentar sus crisis, la estética de sus barrios, así como también, las intervenciones del mixteco oculto y el castellano dominante. Roma construye una historia triste, pero común, basada en planos contemplativos, que narran contraposiciones, acaso esta sea la apuesta de Cuarón para lograr una película planificada al milímetro, cuyo remate es conmovedor. Roma, de este modo, es una propuesta que entretiene y estimula la mente, no por la historia, sino por el lenguaje de la imagen.