«Retos de la política exterior peruana para el 2024 (I)»
Desde el pragmatismo de las relaciones internacionales -es la ciencia del poder y sus pugnas por conseguirlo en el mundo-, que aprendí de mis maestros en la cancillería y en la Sociedad Peruana de Derecho Internacional, voy a referirme a algunos de los retos de la política exterior peruana y de nuestra diplomacia para el año que hoy se inicia: 1) Nombramiento de embajadores especiales y/o extraordinarios para revertir en espacios estratégicos del mundo, la incuestionable pésima imagen internacional del gobierno del Perú, principalmente de la presidenta, Dina Boluarte, y de algunos ministros de Estado, de lo contrario, seguirá cundiendo imparable la idea de régimen dictatorial y de mandataria asesina, que el Perú, ella, ni sus ministros, a mi juicio merecen, volviéndose inexorable, tarde o temprano, la decantada imputación judicial internacional por los 60 muertos de 2023. Si esta propuesta sigue siendo ninguneada, la reunión de APEC de este año en Lima, la celebración del Bicentenario de Ayacucho y el anhelado ingreso en la OCDE, serán esfuerzos en saco roto, y solo seguirán postergando la llegada de inversiones al país, afectando al desarrollo nacional en todos los niveles. 2) Ejecutar un plan heterogéneo y multidimensional del provecho que debe significar geopolítica y comercialmente el mega puerto de Chancay para el Perú y no como hasta ahora, solamente concentrados en el efímero acto de su inauguración por el presidente de China, Xi Jinping, donde la denominada Franja y la Ruta no es otra cosa de lo que llamo la geopolítica de la depredación china.
Si el Perú no consigue en el primer año de funcionamiento del puerto un cambio cualitativo profundo, Chancay no habrá servido para nada, pues ya estamos cansados que los extranjeros se lleven todos nuestros recursos minerales exclusivamente para su beneficio y para el de algunos peruanos directa o indirectamente vinculados a Chancay, es decir, si no hay industrialización y tecnologización del país en marcha por la esperada reciprocidad que corresponde dejar con claridad absoluta en la mesa, el auge de Chancay será tan nefasto como el del guano en el siglo XIX, que solo benefició a los consignatarios y la historia nos puede advertir lo que por falta de carácter y vergüenza nacional, luego pasamos y padecimos. 3) Con lo anterior, hay que recuperar la relación política con Estados Unidos de América. La persistencia de la negación de una reunión bilateral del presidente Joe Biden con Dina Boluarte durante cualquiera de los dos viajes casi seguidos que hizo la mandataria a Norteamérica -habiéndola concedido a otros presidentes de la región como a Gabriel Boric de Chile-, y la frontal negación de la Casa Blanca para el levantamiento de la interdicción aérea -solo aceptaron la denominada interceptación aérea no letal-, confirma que el Perú no sabe manejar con equilibrio sus vinculaciones en el mundo de la política internacional. Convendría revisar la estrategia de Augusto B. Leguía (1919-1930), que comprendió, sin prejuicios, el rol internacional de Washington e interpretó como nadie la importancia del denominado área de influencia para países como el Perú. Este error debe ser corregido en el tamaño de exigencia política. Créanme y lo digo desde el realismo político que exige del Perú, equilibrio geopolítico; y, 4) Priorizando la seguridad y defensa nacionales, nuestra embajada en La Paz deberá ser estratégicamente empoderada y, en consecuencia, constituirse entre las más importantes para nuestra política exterior, habida cuenta el auge de la demanda por el litio de actores exógenos a América Latina y de sus obvias concomitancias. Está bien que nuestra región sea una de paz y nada comparable a otros espacios del planeta como por ejemplo el Medio Oriente, pero no olvidemos que las circunstancias geopolíticas son mutables por antonomasia.
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