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Reto al destino

Fecha Publicación: 05/05/2019 - 22:10
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Mientras la justicia va desgranando la mafia gubernamental, política y empresarial comprendida en Lava Jato y el Club de la Construcción –ante el pavor de fanáticos de líderes de barro y negacionistas egocéntricos– la administración Vizcarra deberá afrontar en las próximas semanas no solo la nueva arremetida de una mayoría congresal acostumbrada al deporte de triturar a ministros y representantes del Poder Ejecutivo, sino a desactivar sus propias bombas de tiempo sembradas por su impericia en la gestión de los retos que impone la realidad.

La actitud de los padres de la Patria no nos debe llamar la atención. El nivel de descrédito es tal que ni siquiera a ellos les interesa lo que diga la calle, pues, castrada la posibilidad de reelección, no existe incentivo alguno (ni siquiera evocando a su extraviado espíritu de “trabajar por el pueblo”), para plantear, debatir y aprobar las necesarias reformas que exige un país cuya economía crece a paso rengo, maniatada por la informalidad y la corrupción; anémico de genuina representatividad; y cuyo pilar institucional está sobre arenas movedizas.

Por lo tanto, particularmente, ya tiré la toalla de la esperanza de que el Congreso apruebe la reforma judicial y política. ¿Qué implicará esta desafección legislativa? Que los ciudadanos tendrán en sus cartillas electorales en el 2021 los mismos perfiles de políticos que intentarán capturar el Estado para convertirlo en su botín de guerra y anidar su espíritu corrupto, tal cual lo hicieron la mayoría de “líderes” y sus huestes del siglo XX y del presente.

Pero volviendo a la desesperanza actual, preocupa sobremanera la falta de liderazgo de la administración Vizcarra en la recuperación de la confianza ciudadana en la eficacia del uso de recursos públicos y la gestión de la problemática que a diario sufre la población.

Es más, a esta impericia subyace la imagen de un gobierno débil que cede ante la mínima postura maximalista de grupos de interés que buscan mediante la toma de carreteras y amenazas de paralizar la actividad comercial y económica, el vil chantaje. Tal vez, la mejor identificación de un gobierno débil sea aquella imagen de un policía que es vejado públicamente por cualquier bravucón o bravucona ante la mirada pasiva de la ciudadanía.

Recuperar el principio de autoridad es fundamental para construir liderazgo y asumir con entereza, convicción y entrega las duras batallas que nos ofrece a diario el destino. Esperemos, por el bien de las mayorías, que la administración Vizcarra asuma ese rol que exige la ciudadanía.

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