República nuestra
El día de ayer, domingo 26 de enero de 2020, hemos acudido a las urnas a elegir a un nuevo congreso, a la nueva representación nacional; ayer nos hemos sentido poderosos, pero ese gran poder va acompañado de una gran responsabilidad: estamos confiando el futuro de nuestra nación a un grupo de personas, quienes en los meses que quedan de este gobierno tiene la triple tarea constitucional: legislar, fiscalizar y representar; en nuestra conciencia está si lo hemos hecho bien o no.
La democracia en nuestro país acarrea algo fundamental: las personas tenemos la influencia final sobre los funcionarios que resultan elegidos, y son estos funcionarios electos quienes deben asegurarse la legitimidad, es decir la aceptación y confianza de quienes los llevaron a ocupar dicho cargo. En cualquier elección no solo participan los ciudadanos, también lo hace el poder económico; para poder participar como candidato en una elección política, primero debe pasarse el tamiz del poder económico, cuestión que viene revelándose en los últimos tiempos y que sirven de herramientas o armas para perseguir a los contendores políticos; esto nos lleva a reflexionar acerca del compromiso de quien llega al poder o al escaño congresal: ya no solo se trata de mantener contentos a quienes creyeron en él, sino de responder a las expectativas de quienes apostaron económicamente por su candidatura y que “invirtieron” en su campaña rumbo a la elección.
Las verdades a medias no siempre son buenas, es mejor decir las cosas frontalmente, aunque pisemos callos; la democracia, en cualquier parte del mundo, depende del poder económico y de los electores, ambas dependencias no necesariamente son convergentes, casi siempre son antagónicas, ello depende del sector del electorado y de quiénes son los que financian la campaña electoral; y, una vez en el cargo, tienen que aliarse para poder obtener la aprobación de sus planteamientos; de esta forma vemos cómo el interés general va sucumbiendo ante los intereses particulares. Otro factor que influye en nuestra democracia es la corrupción, no necesariamente económica; la corrupción en la política se ha vuelto patológica y viene destruyendo a la democracia, ninguna fuerza política -por más pequeña que sea- se salva de esta lacra, unas luchan por mantener el statu quo y otras por cambiarlo; los más grandes necesitan de los más pequeños para conseguir algo, los más pequeños piden cosas a cambio para brindar el apoyo.
En lo que todos podemos estar de acuerdo es que necesitamos un gobierno que funcione, y que no funcione solo para quienes le dieron el voto, sino para todos los ciudadanos; donde se priorice la atención de los problemas más urgentes, donde las consignas ideológicas, partidarias o de quienes financiaron la campaña, no ocupen la agenda política; quienes pusieron los pilares de nuestra república creyeron en la solución a todos los problemas estructurales de esos tiempos, en esta época han surgido nuevos problemas que se deben incorporar en el debate nacional: racismo, sexismo, homofobia, entre otros, problemas que no se resolverán de la noche a la mañana; estos temas no tienen tinte o color político, no son de izquierda ni de derecha, nos atañen a todos los ciudadanos, ejerzamos nuestra ciudadanía, no podemos ni debemos seguir indiferentes, forjemos el Perú que realmente queremos.
Siempre vamos a seguir escuchando que el cambio es imposible, inclusive de los propios políticos; cuando escuchemos eso, pensemos en el inmenso amor que le tenemos a nuestro país y cuál es el sentimiento que tenemos hacia estas personas; demostrémosles que se equivocan. Amamos a nuestro Perú, ¿qué estamos haciendo por él y con él?; volvamos al origen: somos una república, con democracia representativa, el gobierno depende de la gente; si creemos que la perdimos, ¡es momento de recuperarla!