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Redes sociales y democracias débiles

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Fecha Publicación: 14/06/2025 - 21:50
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En el Perú y el resto del mundo, las instituciones democráticas han perdido credibilidad. El modelo de democracia representativa parece ya desgastado. Esto desde que un nuevo actor modificó el ecosistema político: las redes sociales, algunas con influencers con más seguidores que muchos partidos. Pensadas inicialmente como herramientas de democratización de la información e interconexión ciudadana, se han convertido en espacios caóticos donde la verdad, la manipulación y el grito conviven sin advertencia.
En 2015, el semiólogo italiano Umberto Eco lanzó una advertencia que hoy suena a profecía: “Las redes sociales le han dado el derecho de hablar a legiones de idiotas”, dijo al recibir el doctorado honoris causa en la Universidad de Turín. “Antes opinaban solo en el bar, sin dañar a la comunidad. Ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel”. Hoy, la frase de Eco es reivindicada como una advertencia temprana sobre el empobrecimiento del debate público y el surgimiento de una cultura de opinión irresponsable e ignorante.
Los algoritmos privilegian la emoción sobre la razón, lo viral sobre lo verdadero. Así, la política se transforma en un espectáculo deplorable, y los ciudadanos en fans y fanáticos, más que en votantes informados. Los likes en las redes, además, dan satisfacción instantánea a los usuarios, son disparadores de dopamina, un neurotransmisor clave en el cerebro que, entre otras, da placer, mientras los políticos suelen regalarnos tragos amargos.
Un informe de Freedom on the Net (2023) sostuvo que el 47 % de los países analizados reportaron campañas masivas de desinformación en redes sociales. En democracias consolidadas como Estados Unidos, Brasil o India, el uso coordinado de redes para polarizar, difamar y erosionar instituciones se ha convertido en una herramienta poderosa. Lo vemos aquí en el Perú con la muy bien montada red de los caviares, que repiten y amplifican sus falacias.
Para el filósofo surcoreano radicado en Alemania Byung-Chul Han, el exceso de información ha sustituido al pensamiento: “La democracia se basa en el discurso racional, pero hoy estamos atrapados en una cacofonía digital. Se impone la emoción rápida y se disuelven los consensos mínimos que toda sociedad necesita” (Infocracia, 2021).
Todo esto distorsiona elecciones, radicaliza posiciones, degrada a las instituciones y a la clase política. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sostiene que la confianza en parlamentos, partidos y medios ha caído a mínimos históricos; y no solo por la corrupción o la ineficiencia, sino por la percepción creada de que “todos mienten”.
En el siglo XIX, el pensador liberal francés Alexis de Tocqueville advertía que “el mayor peligro para una democracia es que el pueblo llegue a despreciar al gobierno que él mismo eligió”. Hoy, ese desprecio avanza alimentado por la inmediatez de las redes.
Urge recuperar el sentido de verdad, la deliberación y la responsabilidad en el espacio digital. No son las dictaduras quienes destruyen la democracia, es la propia democracia, con su retraso digital y su mensaje tímido y de escaso alcance, la que está cavando su propia tumba.

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