Recuerdos de tos ferina o coqueluche…
Mis recuerdos desde la segunda mitad del siglo pasado muestran una vida selvática cercana a la de los nómadas, porque, por diversas circunstancias, a veces se vivía en pueblos ribereños lejos de lo que podríamos llamar ciudades y luego la familia se trasladaba a estas en un ir y venir impuesto por la naturaleza de la actividad económica familiar. Sin embargo, pueblo ribereño lejano o ciudad, no ofrecían prestaciones de salud más o menos aceptables, por decir lo menos, porque en los pueblitos no había nada y en la ciudad, como Pucallpa, a una destartalada construcción de madera le llamaban hospital cuyas prestaciones de salud eran tremendamente precarias.
La muerte estaba en cualquier recodo de un camino plagado de peligros o por el ataque de fieras, picaduras de bichos venenosos, infecciones o males graves cuya atención excedía las capacidades médicas existentes. No existía ninguna otra alternativa.
Nuestros recuerdos de la escuela primaria traen a la memoria las cíclicas apariciones de ciertas enfermedades como la viruela, la varicela, las paperas, la tos ferina, entre otras, cuya plaga se masificaba en la escuela, en el pueblo y en la ciudad. Sin embargo, los que vivimos esa niñez recibíamos, una o dos veces al año, la visita de unos señores que decían pertenecer al área de salud quienes tomaban muestras de sangre y aplicaban vacunas para aquellas afecciones cíclicas a fin de prevenirlas y evitarlas o tornarlas menos mortíferas. Recomendaban también la toma de purgantes, harto repugnantes, dos veces al año.
Hubo un mecanismo que combinaba la acción estatal itinerante con la respuesta social efectiva para proteger la salud poblacional, especialmente de la niñez. No se sabía de muertes por esos males.
Conforme pasaba el tiempo, no sé si por efectos de las vacunas o por circunstancias nunca explicadas, aquellas afecciones cíclicas fueron desapareciendo y, con ellas, los programas de prevención con la toma itinerante de muestras de sangre y de vacunaciones masivas, como de purgantes asquerosos; pero, a diferencia de la escasez de prestaciones de salud, se construyeron más hospitales, se contaba con algún tipo de laboratorio para exámenes básicos, aparecieron más médicos y especialistas técnicos, el área de salud se modernizaba y ampliaba su cobertura, aunque también la población crecía a un ritmo vertiginoso.
Lo cierto es que desapareció la acción preventiva y la vacunación itinerante.
De un tiempo a esta parte, aquellas enfermedades que se creían desaparecidas, incluido el paludismo, comenzaron a mostrarse nuevamente, siendo el más relevante el dengue, que centró su ataque en Madre de Dios desde hace años y provocó muertes que pasaron desapercibidas por el desinterés estatal y social.
Ahora tenemos entre los selváticos nuevamente a la tos ferina o coqueluche que, según datos oficiales, ya tendría medio millar de personas afectadas y más de una decena de muertes y, al parecer, no hay una estrategia ni de prevención ni de combate concurrente y menos posterior.
Los gobiernos deben recordar que nada desaparece para siempre y que siempre hay un retorno que debe encontrar un plan coherente de acción.
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