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Que no pase el tren (ni el rival)

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Fecha Publicación: 26/09/2025 - 21:50
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La oposición al Tren de Lima parecería ser una estrategia política del minúsculo aspirante presidencial César Acuña, y de la izquierda caviar. El primero busca evitar a un rival de peso como Rafael López Aliaga, y los segundos frenar a un candidato de derecha. Punto. El resto es anecdotario para el rebaño.
El historiador británico Peter Frankopan, autor de Las rutas de la seda y Las nuevas rutas de la seda, sostiene que “las rutas nunca son neutrales: trazan la dirección del poder”. La historia lo confirma: detrás de cada imperio hubo siempre caminos, calzadas o corredores que hicieron posible la cohesión territorial y la proyección global.
Roma lo entendió tempranamente y por eso sus calzadas de piedra, más de ochenta mil kilómetros, fueron la columna vertebral de un sistema que permitía mover legiones, comerciar, difundir leyes y mensajes. “Todos los caminos llevan a Roma” fue una verdad política.
En los Andes, los incas construyeron el Qhapaq Ñan, más de treinta mil kilómetros de caminos por donde los chasquis transmitían velozmente mensajes y noticias; los tambos abastecían caravanas y ejércitos, y las rutas eran todo un símbolo de cohesión cultural del Tawantinsuyo. El camino fue infraestructura y política: sin él no había imperio.
En el Perú republicano, se tradujo en ferrocarriles y carreteras para integrar un país fracturado por su accidentada geografía. Presidentes como Fernando Belaunde, Alan García y Alberto Fujimori, en el pasado reciente, entendieron que sin rutas no hay nación. Hoy, esa visión la retoma el alcalde de Lima.
Rafael López Aliaga consiguió la donación de vagones y locomotoras de Caltech para reactivar una línea férrea subutilizada. Quería unir Chosica con el Callao para ahorrarle largas horas de viaje a miles de limeños pobres que hoy se exponen en vehículos vetustos por la peligrosa Carretera Central. El Tren de Lima significa descongestión, orden y una alternativa real en una ciudad caótica. Bienestar para todos.
Pero apareció el ministro de Transportes, César Sandoval, al servicio de su patrón, César Acuña Peralta (CAP/Plata como Cancha), gobernador de la desgobernada región de La Libertad, donde campean la extorsión, el crimen organizado y el narcotráfico. Sandoval actúa como operador político nivel mayordomo tercero: cuestionó, retrasó y bloqueó el proyecto solo para mellar la figura de un rival electoral de Acuña, y de paso afectó a miles.
A esa campaña se suman los caviares, con desinformación orquestada. La progresía ataca cada obra que abre rutas o libera a los ciudadanos de abusos, como los peajes corruptos heredados de la exalcaldesa Villarán. En cualquier capital moderna, ordenar el transporte, recuperar rutas ferroviarias sería un consenso; en Lima, es combustible para la aplanadora política zurda y la prensa corporativizada, esa execrable “máquina de fango”.
El desorden no es casual. Mantener un sistema informal en corredores como Chosica–Lima permite el traslado de mercancía ilegal (como oro y cocaína), reforzando las economías criminales. Bloquear el tren es un ataque político contra el alcalde, un regalo para las mafias y una desgracia para el pueblo.
La historia es clara: las rutas son poder. Roma, los incas y todos los imperios lo entendieron. Frankopan lo recuerda: “las rutas nunca son neutrales”. Y en el Perú actual, los nombres también son claros: César Acuña y César Sandoval, y la izquierda caviar bloquean el avance de nuevas rutas solo para frenar a López Aliaga. De no creerse.

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