¿Qué hacemos con la democracia?
Hoy en día, nadie puede cuestionar que la democracia sea la mejor forma de gobierno, ella misma ha llegado a ser el único juego posible; pero el problema es que la mayoría de los ciudadanos considera que es un juego que no vale la pena jugar; si las elecciones en nuestro país fueran voluntarias y no obligatorias, muy pocos acudirían a las urnas y la gran mayoría demostraría su poco o nulo interés en votar. Ante una crisis económica, la confianza en la política y en las instituciones democráticas se deteriora; los estudios demuestran que existe una gran brecha entre la opinión de los políticos y la opinión pública, la ciudadanía considera que puede cambiar el gobierno, mas no las políticas. Vivimos en una sociedad mucho más libre que nunca, tenemos más derechos reconocidos, podemos viajar fácilmente, tenemos acceso a la información; sin embargo, la confianza en nuestras instituciones democráticas se viene derrumbando.
Desde la segunda mitad del siglo pasado han ido surgiendo algunas revoluciones que trajeron consigo grandes cambios: la revolución cultural y social puso al individuo en el centro de la política, era el momento de los derechos humanos, también trajo consigo una cultura de la disidencia, de inconformismo, de importadores de ideologías, algo nunca antes visto; luego, llegó la revolución del mercado con un mensaje muy fuerte: “el Gobierno no sabe hacerlo mejor”, se produjo el fin del comunismo y de la guerra fría, surgiendo así el mundo global; con la aparición del internet, herramienta que la ha dado gran poder a las personas, ha revolucionado la forma en que nos comunicamos, así como la forma de ver la política, hasta podemos hablar de una nueva comunidad política; finalmente: la revolución de las neurociencias, la misma que ha cambiado completamente la forma de entender la toma de decisiones. Pero, no todo fue positivo.
Si seguimos la misma secuencia, veremos que la revolución cultural y social trajo consigo el deterioro del concepto de nación y familia, el divorcio empezó a gustarle a los que estaban casados, cundió el individualismo y el desinterés por la política; con la revolución del mercado, llegó un enorme aumento de la desigualdad social, antes de esta revolución la democracia venía acompañada de la disminución de la desigualdad, cuanto más democrática una nación, más igualitaria se volvía, todo ello se invirtió; el internet, si bien nos conecta a todos nosotros, también ha servido para ser caja de resonancia y guetos políticos; con las neurociencias, los consultores políticos descubrieron que ya no es necesario exponer las ideas ni propuestas de políticas públicas, lo que realmente importa es manipular las emociones de la gente, esto no puede ni debe considerarse ideología; ya no se habla de comunismo, liberalismo, fascismo, islamismo, etc., ahora se habla de la revolución de la redes sociales (tendencias) donde no importa el contenido sino el medio de comunicación.
Si intentamos revertir esta situación, analizando qué podemos hacer con la democracia, no podemos dejar de lado la ambigüedad descrita líneas arriba, pensando en que lo que más amamos podría ser lo que más nos puede lastimar; con las nuevas tecnologías tenemos ciudadanos más activos, la legislación viene regulando la transparencia y el acceso a la información pública, esto puede servirnos para recuperar la confianza en la política, a los gobiernos –a todo nivel– se les hace cada vez más difícil saquear los recursos públicos, pero debemos tener en claro que ahora que tenemos a la transparencia como eje de la política, ésta se basa en la desconfianza y es por ello que la gente decente o talentosa desiste de postular a un cargo público, apareciendo el oportunismo político; no importa cuán transparente sea un gobierno, la transparencia siempre será selectiva. En palabras de Goethe: “Hay una gran sombra donde hay mucha luz”.
Ph.D. in Business Administration, Doctor en Derecho
Puedes encontrar más contenido como este siguiéndonos en nuestras redes sociales de Facebook y Twitter.